La habitación estaba en penumbra. Había un extraño efecto de claroscuro. El cuadro lo formaban dos hombres de casi dos metros de altura y otro pequeño hombre, algo desaliñado, bajo regordete y con bigote, el pelo alborotado y sin rumbo fijo. Los dos hombres, de complexión muy robusta, eran bastante fornidos, se encontraban desnudos frente al tercero, éste último estaba inmóvil, con la boca y los ojos muy abiertos, parecía haber visto un fantasma... no tendría más de cuarenta, pero la vida lo había hecho más viejo de lo que realmente era. Los dos hombres altos tenían una cicatriz enorme que abarcaba desde la cabeza hasta la pelvis, no tenían aparato reproductor y su piel parecía algún extraño tipo de látex. Entonces, envueltos en sombras, uno de los hombres, el que estaba situado a la derecha, introdujo las manos en su cicatriz a la altura del pecho y empezó a estirar a ambos lados dejando al descubierto su verdadera identidad. La falsa piel cayó silenciosamente a sus pies. Era... era como una cucaracha gigante, realmente era asqueroso, tenía, no obstante, rasgos humanos. Su verdadera piel tenía el aspecto de un caparazón de absoluta e impenetrable rigidez. Era de color oscuro pardusco y parecía estar recubierto de una especie de baba. Tenía un par de alas replegadas a la espalda y la cara se componía de unas mandíbulas, unos enormes ojos que parecían pedunculados y dos pares de antenas, unas más largas que otras. Estas no dejaban de moverse. El pequeño hombre seguía quieto, parecía hipnotizado, quizá lo estuviese, o quizás estuviese paralizado, si las arañas podían hacerlo con sus presas por qué no iban a poder aquellos seres mostrar una habilidad tan innata y natural de caza. Era evidente que aquel hombre, elegido seguramente al azar, iba a ser presa, de hecho ya lo era, de aquellos bichos.
El individuo que se había separado de su piel, esta vez se volvió a abrir en dos, parecía una carcasa... el otro ser cogió entonces al hombre y lo tumbó boca abajo en una mesa. Entonces, aquel que se había vuelto a abrir se elevó en el aire con un pequeño, casi imperceptible, movimiento de sus alas y se situó en la misma posición que el hombre, suspendido a unos dos palmos por encima de él. Luego empezó a descender sobre él lentamente hasta haberlo engullido corporalmente por completo. Ahora se levantó y la brecha se cerró rápidamente con el hombre en su interior. A través de los orificios que presentaba aquel ser se podían ver algunos de los rasgos humanos del capturado. Sus ojos, su boca y la punta de la nariz... El bicho tomó total posesión del humano y se podía apreciar como cualquier gesto ejecutado por éste, era imitado en su interior por el humano. Quizá aquel fuese su alimento y lo consumía poco a poco, pero de lo que no cabría duda era de que aquel sería su nuevo disfraz ante el resto del mundo, pues ahora empezaba a metamorfosearse sigilosamente. Ambos se vistieron y salieron del lugar, la casa de la víctima.
Manu estaba a punto de llegar a su casa en el barquito que se había construido. Manu era un niño de unos cuatro o cinco años, pero tenía una gran capacidad. Ahora tenía ganas de ver a su padre, el cual estaría esperándole en casa. Manu navegaba entre los prominentes obstáculos que emergían estáticos de aquel mar, extraño a los ojos de cualquier otro que no fuera de aquel tiempo, tenía una transparencia absoluta a pesar de su profundidad. Y poseía un color azul eléctrico muy brillante, era precioso. De hecho, era el único mundo que se conocía en mucho tiempo. Tenía algo mágico... Ya estaba llegando a su casa, la veía cada vez más cerca y eso le reconfortaba, ya estaba empezando a anochecer y sus padres ya le habían advertido que antes de que eso sucediese debía estar de vuelta. Por fin llegó. Allí estaba, su hogar, erigido asombrosamente sobre el agua, sin ningún sustento sólido bajo esta. Era increíble, pero no ya para aquella gente que ya estaba acostumbrada. Dejó el barco frente a la puerta y dio un pequeño salto hacia el porche, no era necesario atar el pequeño navío y lo dejó despreocupado allí mismo. Ahora lo que más le urgía era ver a su padre que había vuelto a casa tras un largo viaje, además, su madre ya estaba preparando la cena y tenía hambre. Cuando vio al padre, se lanzó en un saltó sobre él, rodeándole fuertemente con sus pequeños brazos, a lo que el padre correspondió gratamente. Enseguida, Manu subió a su habitación y aprovechó también para lavarse las manos. Mientras lo hacía, llamaron a la puerta. Manu oyó como los pasos de su padre se acercaban a ésta y como giraba el pomo. También oyó la escasa conversación entre el padre y uno de los visitantes, dedujo que eran varios por la conversación:
- Hola, ¿puedo ayudarles en algo? Dijo el padre al abrir la puerta. Había dos individuos plantados en el porche de su casa. Vestían ropa oscura, ambos con gabardina, negra...
- Claro que sí... uno de ellos lanzó una sonrisa y ambos se adentraron en la casa.
El padre de Manu no tuvo tiempo de alertar a su familia, uno de aquellos hombres le había cogido por el pescuezo y tapado la boca. Llevaban guantes de cuero. Parecían asesinos a sueldo. Siguieron avanzando. Manu no se había percatado del peligro hasta que oyó a su madre gritar desde la cocina. Debía huir, si no también le cogerían a él. Siguió subiendo hasta el desván. Éste tenía una pequeña ventana lateral, era estrecha, pero Manu cabría perfectamente por ella. Luego se lanzaría al agua y la magia de ésta le pondría a salvo, confiaba en que fuera así.
Cuando ya estaba deslizándose por el hueco de la ventana, la voz de su padre le llamó la atención...
- Manu, ¿qué haces hijo mío? Dijo con un tono lánguido y descansado.
- Papá, esos hombres... el niño estaba asustado, estaba hablando con su padre, pero no creía conocerle. Tenía su cuerpo, su voz, pero aquel no era su papá... Mamá acababa de aparecer y se había colocado junto a su padre, se comportaba también muy raro...
- Hazle caso a tu padre Manu, ¿no querrás hacerle enfadar, verdad? Y sonrió extrañamente mientras miraba a su marido.
- Pero... yo te oí gritar... Manu estaba muy confuso y sólo tenía que soltar sus brazos para caer al agua.
- No pasa nada, hijo increpó el padre esos hombres ya se han ido y tu madre está bien, mírala. Anda ahora ven... alargó los brazos esperando que Manu pasase de nuevo al desván, pero éste no se inmutó.
- ¡NO! ¡Vosotros no sois mis padres! Gritó y aquellas personas intentaron contener su furia. No podían dejar que el pequeño se saliese con la suya. Manu miró al agua cada vez más convencido de lo que iba y tenía que hacer.
- Maldito niño... dijo uno de ellos entre dientes esperando no ser oído por éste.
Manu estaba decidido, justo en el momento en que sus falsos padres se abalanzaron sobre él, éste saltó al vacío y no pudo evitar oír los gritos de desesperación de aquellos al ver fallido su propósito. Se asomaron por el pequeño ventanuco y vieron como Manu era engullido por el mar, desapareció. Pero antes de desvanecerse y hundirse en el agua, cuando Manu miró hacia arriba, quedó horrorizado al ver las cabezas de dos enormes cucarachas echando espuma por la boca. Que se hubiese escapado les cabreó, pero no podía dejar que la muerte de sus padres quedase así, algún día volvería a dar con ellas y daría la cara, pero ahora debía prepararse, el futuro depararía su venganza, su cruenta venganza. Y el mar fue su abrigo y las olas sus hermanas, y los peces sus amigos y la flora marina su jardín... no tardarían en saber de él.
Extraído del libro "El Lado Oscuro del Cuento" de Víctor Morata Cortado
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