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Lee. Tranquila, pacífica, con paciencia. Sola, en el living, espera. Intenta hacer que el libro que tiene en sus manos haga pasar las horas más rápido. Ya dejó de contarlas, pero en unos cuantos pares de horas el amor de su vida entrará por la puerta y la abrazará. La besará con el amor que dejó olvidado en un cajón el día que se fue a quién sabe donde ya, a pelear por quién sabe qué cosas.
Mira las letras de las páginas con aprehensión, esperando entenderlas un poco más. Esperando que ellas se metan en la maquinaria del viejo tiempo y muevan las manecillas.
Observa de reojo el vidrio que divide a esa magia del tiempo de ella sentada, pero el tic tac de los segundos no se hace más rápido ni copioso.
Afuera parece que llueve, tras el vidrio de la ventana cae la tarde y, quizás, el calor de afuera hace que de adentro se empañe el cristal. La ilusión es perfecta. Y el sonido incesante del movimiento de las agujas hace que se intensifique esa sensación. Sin embargo, ella no está prestando atención al cielo afuera, el clima del momento es algo pasajero y sin relevancia a estas alturas.
Sus ojos se posan simultáneamente en la puerta, en el reloj y en las páginas de la intrincada novela que pretende leer. Ninguna de las tres cosas cambia por un segundo de posición y vuelve a intentar retomar su lectura.
Lleva ya varias horas en la misma página, intuyo que hasta en la misma línea, tratando de entender que quiere decir el autor cuando habla de un túnel propio.
Cuando va ya a pasar a la siguiente línea el penetrante sonido del tic tac la detiene. No la deja seguir leyendo. Forma una barrera sonora entre su silencio y la lectura.
La tortuosa espera se hace eterna. No entiende por qué pero necesita salir de eso, dejarse caer por un segundo, cerrar todo y abrir la puerta para encontrarse con Marcos.
A los seis pisos de altura que tiene el departamento en el que ella aguarda se puede ver a toda la gente, como hormiguitas, que pasea por el centro, que va y que viene por la vereda, que entra o sale del hall del edificio en el que ella vive, y de todos los edificios aledaños.
Pero, al ver a través de las persianas semiabiertas, ninguno de parece a Marcos.
El tic tac la está enloqueciendo ya. Tiene la repentina idea de arrojar 120 metros al vació al maldito reloj, pero la detiene la realidad de que si lo rompe, no sabrá cuanto queda para la su llegada, ni a que hora habrá llegado para recordarlo en el futuro, no está muy segura de saber si Marcos tendrá un reloj en la muñeca cuando llegue.
Sube un poco más las persianas y abre la ventana más cercana. Necesita tomar aire o cometerá algo imperdonable.
Poco a poco la agonizante melodía que emite el estúpido aparato colgado en la pared que tiene enfrente de sus ojos se filtra por sus oídos, y carcome su sentido común. Intenta contenerse pero entre las horas que no pasan y la ansiedad la van empujando más y más al vacío. Tiene la vaga esperanza de encontrar entre el tumulto de gente invisible el cabello oscuro de el, pero solo encuentra parecidos ínfimos.
Un hombre en especial que parece tener la intención de entrar en el edificio, su edificio, coincide casi perfectamente con la forma de caminar y la cara de su amado.
-¡amor,! amor!!- grita sacudiendo las manos.
Y resbala.

Texto agregado el 12-11-2005, y leído por 122 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-02-2006 excelenteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee lunas
12-11-2005 bah.. la leche. Y claro, en la primera parte, se siente la pasmosa espera... guasarapo
 
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