¡Ay de mí! Pobre mis ojos,
que se encuentran velando ahora mismo,
tu cuerpo marchito.
Y en mis oraciones a la nada misma,
pido que el sueño eterno descanse,
en tu dulce rostro;
mas la paz, perdure en tu alma.
¡Ojalá fuera yo tu muerte, ojalá fuera yo,
la calma que reside en tu belleza!
La muerte, la dulce muerte,
y el tiempo amargo de la eternidad,
me recuerdan que es tan triste la ausencia,
y tan dolorosa la despedida.
No encuentro más palabras para decirte,
no encuentro mas remedio que aferrarme,
por última vez,
a tu cuerpo envenenado por el odio del enemigo.
¡Ay de mí!
Y ahora tú, mi bello y hermoso durmiente,
me juzgarás desde los claros cielos.
Comprenderás el profundo sentimiento de amor,
que por ti llevaba.
*Esta es una versión muy personal, de lo que pudieron haber sido palabras que Julieta dijo al ver a Romeo envenenado, en la bóveda de los Capuletos. |