Revaloración del absurdo
Salta,
y arranca una flor que tenga su raíz en el cielo,
que crezca hacia abajo,
mírala con tu rostro de sol fluorescente,
dale una mascada con sabor a témpano
y vuélvela un hielo en tu refrigerador, como mi invierno.
Cuando los años atropellen tu cuerpo,
retorciéndolo,
apolillándolo,
arrugándolo,
acomodándolo para la vejez,
llamarás a mi puerta,
si es que aún quedamos casa y yo,
la duda latiéndote en el pecho y la culpa temblándote en el bastón,
y traerás en tu mano esa flor de mejores tiempos, más
infantiles,
inocentes,
sanos,
despejados,
cuando te encontré a la salida del colegio, con jumper y alejando horizontes, por tu bien,
cuando acomodábamos la siesta bajo la sombra del árbol y nos besábamos sin mundo,
cuando éramos lo que podíamos ser sólo en ese breve momento de eterna gloria,
de pronto nos consumía el invierno, la lluvia, el café, los cigarros, las películas,
pero era un frío hogareño, querible, de burbuja, con el sofá y el fuego de la chimenea,
pero hablaba de la flor, creo,
de tu pequeña muerte escarchada,
abatida,
pétalos rígidos y fríos,
liberada el alma por el aire.
Descubrirás que si nadie te abre la puerta,
es por
tu traición,
tu insalvable egoísmo de atrapar el golpe en un silencio,
tus temblores previos a la oscuridad de música y velas,
el rumor del definitivo anuncio que se apaga en tu cuerpo entregado a pseudoentregarse,
mis dedos suplicantes que no alcanzaron a rozarte,
el nunca más de mis lágrimas lloradas por ti, pero desde lejos,
el abrazo llegando a la esquina, no se miraron para no cerrar los ojos por
vergüenza,
músculos relajados que suben al fin la verdad a respirar a la superficie,
agobio,
maldad,
besos contagiados con aroma de
callejones,
moteles,
sábanas revueltas de amor extraño agazapado en nuestros rincones,
observándote,
sonriendo con dientes blancos y filosos,
acariciándose las manos como si hubiera visto una delicia,
esperando,
viendo su reloj, Hasta cuándo, por favor, Hasta cuándo,
y se rompe el abrazo, el taxi esperándolos, huyen pues ya no hay razón para huir más,
creo que era de noche, algún farol iluminando aquella luz de ortopedia que nació con
mi muerte,
tu oportunidad,
tu basural,
tu alivio de la tierra putrefacta que echabas una vez, y otra y otra y otra,
para cubrir el hoyo con fondo maloliente donde yacía el cadáver de nuestro amor,
extendiendo los brazos en busca de auxilio, pero sepultado al fin,
y desde ese día que aprendí a
soñar,
mentir,
herir,
construir laberintos sin salida para futuros extravíos involuntarios, ajenos o propios,
amagar la duda que genera, en el atardecer, la anterior incondicionalidad,
soplar huracanes para dispersar a la fe que empujaba a la montaña,
para que finalmente dejes de llamar a mi puerta,
anciana de pies a cabeza, de carne a alma,
y des la media vuelta para marcharte por segunda vez,
y arrojes, sin destino, aquella muerte congelada al viento,
y también pensarás, seguro, en que no debieras haber saltado jamás,
que debiste dejar aquella flor inexistente, con raíz inexistente creciendo desde el cielo,
en su sitio, falso, sí, pero su sitio al fin,
otro absurdo y sin ti.
Sube la vista,
Salta.
J.O.O.
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