Para un escritor de terror, lograr que un idiota como yo compre su obra no es una tarea muy difícil. Le basta y le sobra con poner en la tapa la dosis justa de sangre y sombras.
Si, sumado a eso, el color predominante en la presentación es el negro, y el título promete, la compra es un hecho.
Por culpa de esta debilidad han caído en mis manos decenas de libros bochornosos y decepcionantes, a los que he terminado de leer por pura inercia.
Consciente de mi problema, pero ajeno a resolverlo, sigo desordenando bibliotecas de amigos y mesas de saldo, en la continua búsqueda de nuevos espantos.
Hace unos seis meses atrás mientras revolvía una pila de libros en un compra-venta de la calle Gascón, una cruz invertida entró en mi visión periférica. Inmediatamente me sumergí en la vorágine de tapas; hasta dar finalmente con el objeto en cuestión.
Para mi paroxismo, la cruz conformaba la parte superior de un altar bañado en sangre, donde una joven muy hermosa, y muy desnuda, recibía la estocada mortal por parte de un macho cabrío. “Otra noche en Bodycount” era el título y Diego Haedo era su ignoto autor.
Como hago siempre, sin leer la contratapa, pagué el precio y me lo llevé a mi casa, junto a un ajado “Ladrón de días” de Barker, por cuyo mal estado logré una buena rebaja.
“Otra noche...” tuvo un comienzo poco original y escasamente prometedor: un clásico asesinato ritual, lleno de detalles cabalísticos y con el consabido mensaje críptico para los investigadores.
Un poco decepcionado, seguí pasando las hojas. Peor me sentí más adelante, cuando una nota al pie de página (Ver “Bloodbath” del mismo autor) me informó que había una precuela de la obra.
Odio leer continuaciones de libros cuando no he leído la primera parte. Es como mirar películas empezadas.
Dudé entre leer "Ladrón de días" y después tratar de conseguir “Bloodbath”, pero finalmente me decidí a seguir leyendo.
En el final del mensaje a los investigadores, empecé a intuir que ese primer libro era superior al que yo tenía en mis manos: “Deténganme. ELLOS siguen evolucionando” Esa pequeña frase me hizo imaginar a una serie de entidades poseyendo un cuerpo para sus demoníacas intenciones. La palabra ELLOS trajo a mi cabeza la música del “Them” de King Diamond y esa fue la banda de sonido que quedó instaurada en la lectura.
A medida que desandaba el texto, las referencias que motivaban los pies de página me hicieron construir un poco más de “Bloodbath”. Jhon Bonham, el investigador del primer libro había muerto en él, pero su imagen de anti héroe total y sus enfermizas deducciones no podían ser superadas por los que lo relevaron.
El demonio del primer libro había matado a la hija de Bonham. En el escrito que este último le dedicó a ella, las primeras líneas eran una pista que los nuevos investigadores jamás usarían: “Al poco tiempo de tu muerte, la casa se llenó de obsesiones. Las paredes se retorcieron en perspectivas imposibles” La testarudez de Bonham por atrapar al Ente, me hizo vislumbrar lo que seguramente debe haber sido una lucha impresionante, o un potencial desdoblamiento.
El asesino era el mismo que en “Bloodbath”, pero su momento de furia máxima ya había pasado. La simple mención de un empalamiento invertido realizado en la precuela, empalideció los crímenes que ahora perpetraba.
Pasando la mitad del libro, empecé a notar que, cada vez con más ansias, esperaba una nueva referencia, una nueva pista sobre ese primer libro.
Mi vista recorría con desgano la trama absurdamente predecible de “Otra noche...” y solamente me detenía cuando se filtraba otro guiño del autor, que llenaba un nuevo renglón de esa obra inicial.
Unas veinte páginas antes del final, una duda sombría nubló mi cabeza: ¿Estos mediocres policías iban a descubrir al temible asesino que Bonham no había podido vencer? ¿Unos simples mortales derrotarían al peor de los demonios?
La respuesta llegó enseguida, y fue acorde a la mediocridad imperante en todas las hojas: Haedo no se animó a poner de manifiesto al verdadero engendro y le endilgó las muertes a un simple empleado de limpieza de la Estación de Policía.
Después de ese final absurdo, cerré el libro, extrañamente, con la satisfacción que queda después de una gran lectura. La historia de “Bloodbath” se había desarrollado en mi cabeza y me descubrí feliz de saber que el demonio había quedado impune y Bonham había muerto siendo su mejor rival.
Fue en ese instante de relax que me di cuenta del engaño: sin necesidad de consultar en Internet o Editoriales, tuve la absoluta certeza de que Diego Haedo jamás había escrito “Bloodbath”.
Esa obra no tenía una existencia concreta. Haedo simplemente la insinuaba en una continuación apócrifa y dejaba que sus lectores admiraran a una obra intangible.
Era muy comprensible. El gran maestro Bernini golpeaba un trozo de mármol y lograba un ángel perfecto. Para un escultor mediocre, la única forma de superarlo es mostrar al público un bloque de piedra y sugerir que dentro de éste hay un ángel más hermoso que el de Bernini. De este modo logra convencer a gran parte de su público; el cual, al imaginar un ángel, por una razón egoísta, lo concibe y lo considera superior a cualquier otro.
Una idea análoga utilizó Haedo para su escrito, con un indulto tácito:
El mediocre que se considera un genio, comete un pecado doble.
En cambio, el mediocre que es consciente de su limitación, pero que logra insinuar genialidad desde un bloque de mármol o una simple hoja de papel, merece toda la gloria que anda sobrando en este mundo.
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