Aquel hombre se levantó indignado, y entre quejidos (producidos por el dolor de sus heridas) y frases entrecortadas (consecuencia del exceso de alcohol) pronunció estas palabras, como si en ellas, le fuera la vida:

- ¡Basta de cobardía! Levantad vuestras miradas hacia las estrellas, soñad y romped con los miedos y fantasmas interiores que os acechan.
No os engañéis ni vendáis una imagen falsa de espíritu incesante, si en realidad no tenéis agallas para uniros en los momentos inciertos y salir a la luz, aunque os dejéis las narices en el camino.
Dejad a un lado vuestra inseguridad y comeos a mordiscos vuestras lágrimas; porque debéis acabar con vuestro temor a la parte oscura de la vida… y mucho más con el temor a la muerte, porque ella es la única capaz de mostrarse tal y como es, de romper con vuestros estúpidos prejuicios y entregaos de golpe vuestro reprimido sentimiento de sinceridad y libertad.
¡Vivid sin pensar en posibles fracasos ni en callejones sin salida! Poneos en pie y buscad remedio a la simple situación en la que os encontráis, porque si no la retorcéis más, podéis llegar a ser conscientes de que no os va a resultar tan difícil salir de ella.

Una vez que terminó de escupir al viento estas palabras, se escuchó un disparo que hizo vibrar la rigidez de las rocas; a continuación el cuerpo de aquel hombre se desplomó en la arena y, de nuevo, el silencio se apoderó del ambiente.