Vienes acercándote nuevamente a mí con tus dulces ojos, invitándome a mirarlos, y yo, deseo hacerlos míos, sin embargo renuncio a mi deseo y los evado, me imagino cuantos más los desearan, tantos mortales como yo, todos iguales e inferiores ante ellos. Al levantar la mirada los veo nuevamente, y en una fracción de segundo puedo analizarlos, en una palabra “bellísimos” imagen la cual esta guardada en lo más profundo de mi alma, la cual resguardo con miedo de que alguien valla a arrebatármela, por un revoltijo de ideas cuadradas y celosas.
Almendras, adornadas en los bordes con hilos de seda castaña, y en el centro un líquido de color miel, guardados en una vasija que evite que se vacíe el néctar tan preciado, y en el centro una abeja negra adornándolos.
Basto verlos una vez para enamorarme de ellos, el saber que nunca los poseeré, me da envidia y llena mi corazón de odio y tristeza, pero ahí están tus luceros para apaciguar mis sentimientos llenos de maldad hacia el que quiera robarlos.
Pasó mucho tiempo y volví a verlos, pero lucían diferente, estaban cansados de mirar y ver pasar la vida, toda su dulzura se había esfumado, se volvieron oscuros y cansados.
Pero aun los amo, ya que viven en mi memoria como la primera vez que los vi, manteniéndose dulces como la miel.
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