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“Ja Ja Ja. ¡Gigantomaquia! Cómo no se me ocurrió antes.”
Completó el crucigrama y lo dejó sobre la mesa.
Por un instante recordó esa carta y le pareció lejana aquella infame traición que lo sorprendió antes de partir. Estaba solo, sin embargo tenía la fortaleza para afrontar el rito final.
Tomó el libro y verificó nuevamente los números. No había dudas. Era la fecha indicada.
Sus ojos se posaron nuevamente en la rueda que encontró en los montes de Sarnath. Permanecía inmóvil ante sus ojos. Tal vez con un giro parcial podría cambiar el curso de las cosas ... pero su mecanismo seguía siendo un misterio para él. Quizás en el infinito se encontraba la respuesta.
Abandonó la comodidad de su sillón y observó por la ventana, a través de los gruesos vidrios de sus anteojos.
Un nuevo día estaba por nacer. No sería una jornada como las demás. Una helada había anunciado el regreso del invierno, en el instante exacto que ellos escogieron para volver.
Observó con detenimiento las estatuas de los serafines. Sus bocas parecían anunciar algo. Tal vez la muerte sea un nuevo comienzo, donde el pasado y el futuro se vuelvan a unir.
Un penetrante hedor impregnó el aire. El cielo empezaba a aclarar. Su mirada no se separaba de la catedral.
Sus pies comenzaron a sentir una vibración. El movimiento se hizo cada vez más intenso. Hasta que de pronto se detuvo y sus ojos eran el reflejo del horror.
Las viejas columnas de la catedral estaban agrietadas. Erosionadas por el tiempo, ahora presentaban nuevas hendiduras.
Jamás ningún hombre podría ser condenado a padecer la agonía que a él le esperaba.
Un escalofriante sonido lastimó sus tímpanos. Un frío espectral azotó el lugar. Con una violencia descomunal se abrieron aquellas puertas que por siglos habían permanecido selladas.
Detrás de ellas la oscuridad absoluta tiñó el ambiente. Las tinieblas ocultaron el sol y las nubes se hicieron más densas.
Se enrareció el aire y la luz de la vela se extinguió.
Ya no podía ver nada. El olor lo perturbaba.
Su sangre se hizo hielo en sus venas.
Le costaba mucho trabajo respirar
Sentía cada latido como un golpe que oprimía con violencia su pecho.
Estuvo un largo rato sentado frente a la ventana, intentando distinguir sus formas en la oscuridad. No logró ver nada.
Por un instante pensó que estaba alucinando.
Un ruido extraño lo estremeció y una explosión derrumbó la puerta.
Ya estaban ahí, podía olerlos. Los sentía próximos.
La angustia de ese instante eterno lo devastó.
Una nauseabunda sensación de asco sacudió su cuerpo, los fluidos sobre sus cabellos le congelaron los músculos y sintió esas garras sobre la piel.
De pronto, un rayo iluminó todo y pudo verlos.
No hay criatura en el universo que pueda retratar el horror de su rostro.
Fue sólo un segundo. El segundo exacto en el que la luz y la oscuridad se unieron para darles la bienvenida a quienes nunca se fueron.
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Dedicado a la memoria de H.P. Lovecraft, que un día regresará para reclamar lo que es suyo.
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Texto agregado el 10-11-2005, y leído por 205
visitantes. (8 votos)
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Lectores Opinan |
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18-11-2005 |
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Un buen relato. El único fallo que le veo es visual. me explico: tan mal está el escribir párrafos muy largos (cansan) como escribirlos demasiado cortos(marean), pero aparte de eso es un magnífico texto, engancha. margarita-zamudio |
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18-11-2005 |
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que belo retrato nos das. gatelgto |
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15-11-2005 |
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Palabras intensas, imagenes que como retratos del mundo que nos regalas. Un abrazo... Thais |
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15-11-2005 |
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Un texto con mucha intensidad, bien llevada nos va envolviendo en su luz y oscuridad... creo eso si que aunque la dedicatoria es válida... esta de más... victorvac |
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14-11-2005 |
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genial estremecedor***** lagunita |
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