Las ausencias comenzaban a pesar sobre su vida, mientras mantenía una misma conducta bajo el tiempo. En un correr de francas ilusiones, la ancianidad había encontrado su silueta, para extenderse en lánguidas secuencias. Sólo la sombra de lo que fue registraba su verdad, permaneciendo oculta tras los rasgos. Y la mirada trasmutaba infinidad de sueños agazapados bajo el habla; dóciles silencios se escondían en la prisión de sus pupilas, como un manto cristalino suspendido con la espera. Lejos, las horas se habían acumulado en el desván de su fragancia como una suerte de refugio adolescente, mientras el mundo le seguía abriendo la carne de a pedazos. Y con los ojos húmedos, pudo llegar hasta el arcón de sus recuerdos, en una conjunción de manos temblorosas y pasos obsecuentes. Luego la vida resurgiendo ante su rostro bajo el caudal de antiguas fotos; esquelas amarillentas; flores quebrantadas por un mundo de lamentos, que antecedieron el albor de aquel vestido, abandonado en un altar...

Ana Cecilia. ©