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Me pareció que aún hablaba contigo después de que nos despedimos. Siempre que alguien nos importa y nos comunicamos a través del teléfono queda la sensación de una conversación trunca. Y es así, porque el dialogo sin ojos limita la natural fuerza voyeurista, obstaculizando la realidad, pero desatando las pasiones de la imaginación que nos entregan a la virtud o a la psicopatía.
No dije tantas cosas que pretendí, con mucha antelación, comentarlas contigo cuando llegará esta oportunidad. Y sin embargo, te hablé tantas otras que no tenían convergencia, o lo que es peor, de escasa relevancia para nuestra comunicación, que no pude resistirme a decírtelas de una vez, aún cuando tu voz se había apagado al colgar. No, no creas que estoy enfermo de la cabeza, la verdad es que mi mente siguió contigo y no quise detenerla, por ello no pude evitar responder por ti. No pude evitar llorar tu ausente compañía, creo que ambos lloramos. Seguí hablando contigo varios días después, incluso temas que no tenían más autoridad que la chabacanería o el glamour, siendo tus respuestas inéditas a recuerdos tuyos. Me sorprendí con aquellas preguntas que nacieron de tu espontánea declaración, así como juzgué indebido haberte recordado dolores pretéritos. Y aún cuando sólo bastaba marcar tus números, preferí seguir contigo dentro del silencio y ocultamiento mental. Aquí sentí la comodidad de tenerte sin excusas, sin resquemores ni desconfianzas, reproduciendo tu imagen y tu voz en el lugar y espacio más cómodo para ambos.
Te alabé sin medida ni peso, porque no me daría otra oportunidad tan manifiesta y sincera. Te amé con fulgurosa pasión conspirando contra la lógica y la física de lo posible. Me regañaste con dulzura y nuevamente nos acariciamos. Sí, nos acariciamos con más suavidad y menos retraimiento, pudimos bailar todo aquello que alguna vez dijimos que bailaríamos.
Dejé de verte para no flaquear, y ahora te aparecías reforzando mi escasa divagación. Era necesario repetirte palabras muertas, mostrarte el mar que dejamos una noche de tempestad y negra muerte; los ojos caídos y nuestra boca derramada en el ocaso asentido. Todo convergía en nuestra compañía distante, todo quería que nuestra unión fuera algo más que una quimera o un capricho de nuestros errores, necesitábamos nuestras diferencias para lograrnos por fin unidos. Unidos. En esta lejanía gélida cubierta de escarcha azul, ahora, en que ni siquiera tú estás consciente de este enlace sino a través de un alma imaginada, esta nueva primavera engalanada de soledad, este marchito llanto que se calla cuando nos ve despertar de la modorra melancólica que agoniza cada aurora de cada atardecer. Y no nos hemos cansado de nuestras rutinas porque ahora jugamos a ser desconocidos. Cada vez somos diferentes, en cada nuevo beso otras pasiones nos inundan, otra mirada se acomoda en la nuestra, otra palabra se derrama en el éxtasis de la polución, otro abrazo nos rodea. El invierno se ha distanciado dejándonos tan sólo sus vestiduras. Parece que tuviéramos frío, pero en realidad estamos inmensamente cobijados. Parecemos desamparados, pero estamos protegidos uno en el otro sin que nadie note siquiera que alguno de los dos existe.
Por lo demás, seguir escuchando tu cadenciosa voz en el despertar de una brumosa mañana o en el suave trinar de gorriones y zorzales acechando la ventana, es tan sincero como la ilusión nos inunda cuando niños; o cuando despierto con la lluvia de la ducha y recuerdo tu fascinación por el baño compartido, nuevamente estás ahí, con el jabón asedando mi espalda y tus manos recorriendo mis líneas, es ahí cuando te dibujo y estás a mi lado, y no parece que estuviéramos tan solos, sólo parece que nos amamos sin sentido ni medida, sin razón o lógica causal; en el desayuno recuerdo tu afán de llevarlo a la cama, y vienes conmigo y nos recostamos unos minutitos más; sé que no estás, pero de algún modo has querido y vuelto a estar, y me alegra que nuestra presencia sólo sea posible estando juntos. Al menos, creyéndolo uno.
Gracias a nuestro reencuentro, hemos mantenido alegres conversaciones que nos han devuelto a la poesía del dialogo. Empero, la gente, los amigos y la familia han visto con angustiosos luceros este acercamiento, creyéndose, quién sabe con qué ínfulas, sanos observadores y querendones extranjeros, opinando y aconsejando alguna terapia o un descanso prolongado. Y sin embargo, cuando fuimos ausentes, nadie se acercó a golpear las puertas de mi hogar, nadie quiso invertir silencio para reparar mis lágrimas, nadie habló de algo distinto para creer en lo diferente, nadie colgó sus hábitos para enseñarme más Dios o más Diablo. Ahora, ellos, quienes me quieren, me quieren despierto en su mundo somnífero, desean verme feliz en la dicha propia, desean que ría con sonrisa y sin carcajada, desean a un muerto viviendo de ellos, quieren a un enfermo para sentirse saludables, quieren, en definitiva, que me abandone a ellos abandonándote.
Creo que los amantes deben mantener las certezas y desechar las vacilaciones. Mantenerse a salvo del mundo es una misión compleja y tortuosa. Si lo soportamos, tal vez, y sólo tal vez, sea cierto aquello de que dos se hacen uno. Pese a la oposición más clara del mundo, no puedo dejar de mirar tu cabello y abrigarme de él; desde aquel día en que tu voz se coló por el auricular, mis ojos no despiertan a la insidia externa. No hay espacio más que para la bondad de sentirte e inundar mis ojos de color flotante e imperecedero, recorrer cada milímetro de epidermis que te cubre, que se cuela con tu aroma en los recodos del aire que me oxigena, se unen con mi sangre que es transportada a mis razones y a mis sentidos, tengo la sensación tuya, no te puedo renunciar. Y es que nos hemos vuelto a enamorar, nos hemos cansado de la lejanía de la reciprocidad.
Desde que nos llamamos por dentro, desde que nuestros ojos se cegaron al coliseo hambriento de ultimación nupcial, desde cuando nada nos toca porque somos imperecederos a los gritos y desafíos de la imposibilidad, desde entonces que no necesito derramar gestos ni palabras, odas o canciones, ni arte alguno para modificar lo que mi alma no desea. Hemos vuelto a ser felices y no nos hemos cansado. Acá no existe límites de tiempo, porque, al igual que la eternidad goza de tal libertad, no existe el tiempo. Los minutos o segundos son nomenclaturas imperfectas no ajustadas a nuestra redención dual, silentes de toda significación conectada a otra verdad. Somos espejismo de nuestras alucinaciones, somos agua de un ponto infinito.
Así nos concentramos, en el barullo de una muchedumbre ruidosa que clama por devociones inmaculadamente profanas: se dicen amar y se hacen odiar. Y nos mantenemos distantes de esa atrofia, de ese rasguño que no cicatrizará jamás por no esperar que la costra esté bien dura. Somos dos, a pesar de uno, somos más que la resolución inaudita de una imagen mental individual. Créeme que, a pesar de cualquiera subterfugio del destino, estoy seguro de poder mantenerme a tu lado sin defectos de gramática ni de conjugación verbal. El mundo me acecha creyéndome enajenado, y te digo a ti: sé que tú no has estado desde tu llamada, y sin embargo, sé que has estado desde tu llamada. No es locura, es posibilidad.

F I N

Texto agregado el 09-11-2005, y leído por 92 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-11-2005 me parece que está bien, aunque es una posición que mas que heroismo me suena a cobardía. Es mas fácil internarse en uno mismo que abrirse cancha allá afuera. Sin embargo, como relato de lo que me sucede a mi, digo asi, en primera persona, interno, propio, para uno solito, está bien descrito. Me gustó! celiaalviarez
 
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