IX
Trate de dormir algo pero el nerviosismo y la ultima dosis de cocaína me lo impidieron.
Complete el baño que me debía y me senté frente a la maquina de escribir.
Tenia todos los sentidos lucidos, y decidí escribir algo póstumo, una especie de testamento que se sumara a este improvisado diario de cómo sucedieron los hechos que hasta ahora conté.
Finalice conforme mi trabajo cerca de las 10:00 hs de ese jueves prometedor para mi vacía existencia.
Me vestí con la mejor muda de ropa que tenia y baje al frió invierno porteño llevando un cuaderno y bolígrafos.
Camine por las ventosas arterias de mi barrio llenando mis pulmones de recuerdos imperecederos y ruidos asimilados con los años.
A las 11:50 baje de un taxi en la esquina de chile y salta.
Tuve una ingrata decepción apenas llegue: en el lugar no había ningún bar.
Recorrí algunos metros en los cuatro sentidos de la bocacalle tratando de encontrar el bar theos, pero no lo halle.
Pregunte en un puesto de venta si alguien lo conocía y ninguno de los presentes en el mismo supo saciar mi curiosidad.
¿me habría equivocado en la solución?
El reloj marcaba 11:57 y yo, al borde del paroxismo, no encontraba el punto de encuentro.
Recorrí unos escasos metros por salta buscando en las alturas algún cartel que guiara mis desvencijados pasos. Todo era inútil.
Volví hacia la esquina y mire nuevamente el cartel de transito.alli estaba claramente indicado: estaba en las coordenadas correctas.
Una solitaria y cruel lágrima comenzaba a rodar por mi mejilla cuando note algo extraño en el paisaje cotidiano de la ciudad.
Los sonidos habían cesado.
El ulular constante de una sirena calle abajo había cesado y el trafico incesante de salta se había detenido.
Mire al colectivo que circulaba por chile y lo vi. detenido, pero no de una manera habitual.
Todo el pasaje se encontraba en su lugar pero era como si el tiempo se hubiera evaporado en ese mismo instante, manteniendo a los vehículos y a las personas suspendidas en el aire.
Parecía que un gran interruptor de pausa hubiera bloqueado sus vidas en ese instante, manteniéndolos suspendidos, quietos, mudos.
Mire nuevamente el reloj. Eran las 12:01HS.
Un perro atigrado trataba de cruzar la calle cuando el tiempo se detuvo, dejándolo suspendido en el aire, con la lengua flameando al viento que, también se había detenido como por arte de magia.
Mire hacia mis espaldas y una marquesina roja hizo acelerar mis pulsaciones.
Allí, en el lugar adonde hacia instantes había una peluquería de damas, estaba el bar.
El neon rojo del letrero indicaba claramente: THEOS
Tuve un instante de vacilación, pero al fin estaba en el lugar al que quería llegar.
Mi última obsesión estaba a pasos de materializarse.
No debía pensar si escribiría un libro digno, ni debía dejar que el miedo me ganara.
Solo importaba cruzar esa puerta vaivén nacarada que me invitaba a pasar.
Me acomode el nudo de la corbata, levante la vista al cielo y entregue mi alma al destino.
Camine unos vacilantes pasos y empuje la puerta.
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