Fueron cuatro los que se decideron a dar el paso adelante. El resto quedó atrás, y a cada paso de los cuatro los demás más atrás se quedaban.

No era valentía, no era riesgo lo que les impulsaba a dar el paso adelante, era la decisión interior, la seguridad del deber que debían cumplir.

De a poco se acercaron lentamente. Los cuatro parecían un solo cuerpo. Nubes cubrían la luna cuando un estruendo ensordeció el alma de los de atrás, al tiempo, un relámpago iluminó la escena, cuando el prisionero caía inerte al suelo.

El silencio gobernaba de nuevo. Los cuatro se giraban cuando una inmensa luz alumbró las nubes, bajas, de algodón, y los cuatro cayeron al suelo mientras los de atrás enfundaban su fusil.

El silencio reinó toda la noche.