Segunda Parte
Hubo sentidos discursos alabando a Bórquez. Este miraba desconfiado y de vez en cuando, el tajo horizontal que era su boca, se curvaba levemente en las comisuras cuando el gerente le dirigía alguna palabra. A la media hora, Alfaro se acerco al subgerente para entregarle un regalo de parte de todos los trabajadores. El odioso personaje hizo un extraño ademán porque no se lo esperaba. Era un rústico jarrón, de esos que se venden en cualquier esquina de barrio, acompañado de una tarjeta invitación. Aparecía en ella la fotografía de una hermosa morena que guiñaba el ojo mientras invitaba al lector a visitarla. Nadie hizo mención de ello, pero todos se dieron cuenta que el monstruoso gerente guardaba cuidadosamente la tarjeta entre sus ropas. Agradeció luego el regalo y en poco menos de diez minutos todo hubo terminado.
Henríquez y González se encargaron de espiar a Bórquez. Todos sabían que el tipo era curioso y por lo mismo, apostaron férrea vigilancia a su pequeño departamento. Cerca de las diez de la noche, le vieron salir muy acicalado pero demasiado sigiloso. Hizo detener un taxi y se encaramó en él, no sin antes mirar a la redonda con su mirada ornitológica. Los hombres le siguieron a prudente distancia en el Fiat de Henríquez. Tenían más que claro que Bórquez se dirigiría a la dirección anotada en la tarjeta, porque aunque el no lo demostraba, su debilidad por el sexo débil y sobre todo por las mujeres hermosas, era irrefrenable. Esto lo habían constatado en varias ocasiones y precisamente ahora utilizarían esta arma para aniquilarlo.
La bella morena entreabrió la puerta y al mejor estilo de Betty Boop, entrecerró un ojo al gerente y le lanzó un beso estirándole sus sensuales labios rojos. Bórquez debe haber escuchado una música de ángeles en su dura cabeza de halcón ya que sin mediar invitación, se introdujo en la vivienda.
Mientras el gerente se desvestía apresuradamente, Henríquez y González se introdujeron en la casa, le hicieron un guiño a la mujer, Henríquez sacó de entre sus ropajes una cámara fotográfica y se ocultaron en una pieza. Cuando la belleza se acostó al lado de Bórquez, éste comenzó a acariciarla con desesperación. La mujer se dejó querer hasta que, de pronto, apareció le pequeño Lara, furibundo y desencajado. El gerente abrió tamaños ojos, se desenredó de las sábanas y como pudo se puso de pie, mostrando su ridícula estampa semidesnuda.
-¿Qué pasa aquí?- preguntó Lara, con su voz casi infantil.
-¿Qué tendría que pasar?- respondió tiritón el halcón Bórquez, que más que halcón, en esos momentos parecía un entumecido pajarillo.
-¡Hipócrita! ¡Descarado! ¡Así te quería ver, malvado!- vociferaba Larita, mientras se arremangaba su camisa. -¡Esto tiene que acabarse aquí mismo! Una pistola apareció en sus manos y ante esto, la mujer comenzó a proferir terribles chillidos. El gerente se cubrió con una sábana y sin ningún amor propio se arrodilló delante del pequeño. Larita le apuntó y el villano se puso a llorar. –¡Piedad, por lo que más quiera, no me mate, no me mate! Lara se colocó en la misma posición que le conocemos a James Bond y luego comenzó a pasearse por la habitación como si estuviese madurando alguna idea. –Quizás quiera conversar- le dijo luego Lara. -¡Pida lo que quiera! ¡Si gusta, puede usted regresar mañana mismo a la empresa! ¡Le aumento su sueldo! ¡Lo que quiera, lo que quiera! El pequeño se paseó otro rato mientras Bórquez le ofrecía el oro y el moro. En cierta medida, Lara sentía conmiseración por el individuo, de suyo tan inflexible y arrogante. Pero el plan debía ejecutarse de todos modos. Obligó al gerente a firmar un documento en el que se acordaba su reintegro incondicional y con todas las garantías habidas y por haber.
Henríquez había fotografiado toda la escena y junto a su compañero sonreía complacido. Alfaro, entretanto, se había sumado a esta negociación ya que apareció muy a propósito a los pocos minutos del entuerto. Atrapado, humillado y deseando decapitar a los trabajadores, el gerente se retiró cabizbajo y sin reparar que la noche había caído como un telón negro sobre su triste humanidad...
(Concluirá)
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