Llevaba tiempo queriendo ponerlo en práctica. Le gustaba experimentar todo aquello que pudiera reportarle placer y se dispuso a ello.
Empezó por explorar todas las partes sensibles de su cuerpo, la cabeza, la nuca, los ojos, el lóbulo de una oreja, después el otro, los labios. Fue bajando lentamente por el cuello, los hombros, los pechos... con aquellos pezones que poco a poco se iban poniendo cada vez más duros, el vientre, bajo vientre, llegando hasta la furia, poco poblada aunque suave y con una ligera humedad que a ella le gustaba notar. Todo lo hacía despacio, sin prisas, tenía todo el tiempo que quisiera para poder explorarse y conocerse bien.
Fue descendiendo hacia el interior de los muslos, las ingles, rozando levemente aquellos labios que se notaban ansiosos de ser explorados. Siguió el viaje por sus piernas, lentamente y dejándose sentir, hasta llegar a los dedos de los pies, era una sensación maravillosa y muy placentera.
Recorría cada milímetro de su cuerpo con sumo cuidado y con el propósito de darse toda la ternura que era capaz de dar a los demás.
Se sentía imaginativa y creativa, estaba tranquila y gozosa. Mentalmente se permitió el atrevimiento de recitarse en la intimidad, algo que había escrito para ella, tiempo atrás:
"Déjame que te sienta, como te siento
que para no sentirte, siempre habrá tiempo.
Déjame que te conozca,
que te comprenda
que haga aflorar
lo más bello que hay en tí.
Que te recorra, que te explore,
que te llene y te desborde,
que te disfrute, que te goce,
que te viva, que te acepte
como lo intento.
Déjame que te sienta, como te siento
que para no hacerlo, siempre habrá
tiempo."
Mientras se decía esto, seguía acariciándose, pero no con las manos, puesto que no las necesitaba, lo hacía con su mente. Realmente se sentía bien, satisfecha, su cuerpo acababa de experimentar una explosión inolvidable, donde un universo inmenso se había abierto ante ella, donde no existía oscuridad, sino que todo era luz, porque ella era así en esta faceta de su vida.
Así es como ella puso en práctica, aquello de:
"El órgano sexual más poderoso, no se encuentra entre nuestras piernas, si no en nuestro cerebro".
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