Tus ojos frente los míos, tu sonrisa tímida pero intensa, tus susurros que se escapan y se acercan más y más hacia mí. Quiero alejarme, insisto en que desaparezcas, pero es absurdo, cada segundo que pasa el deseo va creciendo, y aunque intente negarlo solo quiero que me beses, y eso tu lo sientes dentro, lo notas en mi estado intranquilo y en mi acelerado palpitar.
Precipitadamente, das un paso firme, me agarras bruscamente de la cintura, y sin mediar palabra me besas. Creía derretirme, todo el cuerpo me temblaba; fue entonces cuando comenzaste a besar mi cuello, y a acariciar mi pelo, mientras que con tu otro brazo recorrías mi silueta. Por un instante quedé paralizada, no fui capaz de revelarme contra lo que estaba ocurriendo, en el fondo quería que todo aquello fuera a más, deseaba ser tuya, enredarme entre tus brazos, ser recorrida por tus labios y por tus fuertes manos.
Conseguí pronunciar tu nombre, pero tu tapaste suavemente mi boca y seguiste besándome y acariciando mi espalda, lo único que me repetías sin cesar es que no pensara, que me dejara llevar por lo que ambos sentíamos, que dejara escapar el fuego encerrado.
Y así fue… no fui capaz de detener tus manos, tu respiración y tu deseo, a la par que eché más leña al fuego y ardió de un modo infrenable, como jamás lo hubiera imaginado.
Hacía fresquito y entramos en tu casa, encendiste la chimenea y serviste dos copas; ni siquiera las tocamos, porque no había transcurrido ni un minuto cuando estábamos besándonos como locos, bebiendo cual sedientos de nuestra fuente inagotable de placer.
Nos quitamos la ropa de un modo salvaje, casi podría decirse que nos la arrancamos, recorrí tu cuerpo, mis manos no podían parar quietas. Me encantó sentir tu piel desnuda sobre la mía, tus caricias furtivas y tus movimientos desmedidos.

Mientras nos envuelve el calor de la chimenea, nuestros cuerpos unidos en uno sólo, un cuerpo que respira, un corazón que late por los dos, unas caricias que nos envuelven y un cuerpo que siente, dos bocas que besan.
El hielo de las copas se derrite como tu cuerpo y el mío cada vez que se mueven, cada vez que aprecian que están infinitamente juntos; como si nunca hubieran estado separados.
Siento tu respiración, sigue ajetreada, aunque han cesado tus caricias, tu cuerpo me abraza fuerte mientras el frío intenta separarnos pero la fuerza de nuestros cuerpos consigue vencer. Vuelven los juegos, las caricias, mientras te acercas más y más a mí. Tus besos, mis besos... se entrecruzan entre nuestros labios, acarician mi cuello de un lado a otro, bajando lentamente por mis hombros, siguiendo el camino de mis brazos, marcando todas y cada una de las articulaciones, buscando de nuevo mi espalda, todas y cada una de mis curvas, bajando y subiendo de nuevo hacia mi pecho.
Saboreando ese perfume que emana de nuestros cuerpos, que tanto nos gusta, mientras sentimos la excitación en nuestras miradas; en esos ojos que se han vuelto de un color indescriptible, en ese parpadeo que me encierra una y otra vez.
Tu ombligo me atrae y juego con él mientras sigo besando tu cuerpo tumbado ya sobre la cama. Quiero seguir besando tu cuerpo una y otra vez, alrededor de tus piernas entreteniéndome en unos cálidos muslos que facilitan una y otra vez estos besos señalando el punto de encuentro entre mis manos y el resto de mi cuerpo. Tu cuerpo responde y sigue acariciando mi pelo, toda mi cabeza, todo mi cuerpo corre por tus manos... el tuyo por las mías.

Es de día. Estoy en la cama, tú estás a mi lado, la chimenea ya sin fuego ofrece muestras del calor de la noche, mi cabeza... dos copas llenas sobre la mesa.