Qué lindo saber que estás ahí, que puedo contar contigo y que siempre será así. Que bueno saber que me apoyas incondicionalmente, que me proteges a cada paso, que incluso hasta velas mis noches más oscuras.
Es una dulce condena el poder saber que estamos juntos, aún sabiendo que no es cierto; que tus besos penden de un hilo y que en cualquier instante puedo mirar y no encontrarte. Aunque resulte absurdo, me siento a veces tranquila sintiendo que respiro a tu lado, aunque sepa perfectamente que es un aire artificial, semejante al de esas máquinas de oxígeno, que al cesar producen muerte instantánea.
A veces hasta llego a creer en ti y confío en tus mentiras; me dejo llevar por el supuesto abrazo eterno, por las típicas luces que producen destellos parpadeantes, por aquel paseo por la acera sin rumbo fijo, por la humedad de la lluvia.
Es una prolongación del adiós, un forzar el tiempo, quizá una trampa consciente. Pero la vivo y la continuo día a día; estando segura de que en cualquier instante, más temprano que tarde, todo volverá a dar un giro, cuando las aguas abandonen su calma, o cuando el viento torne huracanado en otra dirección.
Pero mientras tanto, sigo viviendo cada encuentro, sigo creyendo que lo nuestro funciona y que es así, sin más. Vuelvo a pedir cada tarde esa cerveza, en la que muchas veces se refleja tu huida, o más bien, tu retirada. Escucho tus falsos comentarios y tus huecos “te quiero”, al mismo tiempo que pienso en tus constantes cambios y venazos varios. Sonrío y apuro el humo de un cigarrillo, sabiendo que todo se quedará en cenizas; pero que mientras tanto continúa creando ese estado más o menos alentador, lejos del síndrome de abstinencia.
Te miro, y sé que mientes...pero qué bien lo haces; tanto, que respiro aunque no haya ni pizca de aire. Tan firmemente que es fácil acostumbrarse y seguir formando parte de tu mentira, alargando la agonía del vacío, del silencio y de la nostalgia.
A veces resulta hasta gratificante vivir en coma, sedado con consentimiento; pero al mismo tiempo sin querer que todo se esfume y llegue la eutanasia; ese dulce veneno que tu das o quitas a tu antojo.
Estoy segura de que podría llegar algo mejor, pero me empeño en seguir creyendo en lo absurdo. A veces con más o menos seguridad, pero sigo bebiendo de esta historia, no potable, pero historia al fin y al cabo. Me sigo queriendo creer que las oportunidades son justas, y que se puede cambiar con el tiempo. ¡Qué maravilloso suicidio!
Pero mientras tanto, sigo respirando... sigo estancada frente a ti, y sigo creyendo en tu dulce sedante, en tus descaradas mentiras.