Centro Comercial Abasto en Buenos Aires, mientras almuerzo veo detrás de una fuente a un muchacho con su novia, ambos no superaban los 17 años.
Se besan en un banco, él está sentado como si el banco fuese un potro, ella deja descansar las piernas sobre una de las piernas de él. Se miran, se acarician los antebrazos, comparan el tamaño de sus manos y siguen besándose. Ella se acerca más, qué atmósfera tan deliciosa, no puedo dejar de contemplarlos mientras sigo comiendo, y me digo qué sencillo es el amor, el goce de dos espíritus que se encontraron en medio del dolor de la existencia y se regocijaron el uno con el otro, si eso se pierde, se pierde el amor.
Los novios continúan miradas, besos y miradas. Ella ahora revisa su bufado vaporosa de color rosa, mientras él le beso el cuello. Los turistas a su alrededor toman fotos, la fuente emite el sonido característico del agua al caer, pero ellos en ese banco crearon su mundo particular, nada invade ni obstaculiza este amor. Se hablan, se rozan, se sienten...
Me dan ganas de llorar y gritarles desde mi asiento en el restaurant que no pierdan lo que hoy abrazan, tienen el tesoro de la vida, sus educadores quieren que lo abandonen no lo permitan, no se dejen vencer escuchen a los pensamientos de sus cuerpos.
Ahora se levantan, sonríen, se abrazan se siguen besando mientras bajan por unas escaleras, desaparecen y pienso “...lo tienen todo, son dioses divinos...no necesitan...han vencido...”
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