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Inicio / Cuenteros Locales / kikeguillen / TAMÁRA ADRÍAN Y LA TRANSVALORACIÓN DE LOS VALORES

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Esa mañana arribe puntualmente a la cita, la cual estaba pautada para las once. Ya en la oficina de abogados me recibió una joven que de inmediato me preguntó a quién deseaba ver, le respondí que tenía una entrevista concertada con la Dra. Támara Adrián. Me anunció, me dijo que pasara y se reincorporó a sus actividades dentro de una de las oficinas, como un pescador de perlas, que toma una bocanada profunda de aire, para sumergirse tras sus tesoros. Un poco extraviado en un pequeño laberinto de oficinas logré encontrar el despacho de Támara Adrián, ella estaba sentada detrás de su escritorio, se puso de pie, elegantemente vestida con un conjunto de falda y chaqueta de color beige. Con un aire de solemnidad me extendió su mano, la cual estreche. Me invitó a tomar asiento en un sofá ubicado frente a su escritorio, ella se sentó en la poltrona individual que hace juego con el sofá, a espaldas de Támara nos asechaban expectantes, cientos de ejemplares de libros apiñados en la biblioteca, como la de toda erudita en alguna materia científica. En este caso mi encuentro es con una abogada y economista.
Una vez instalados cómodamente, le hice entrega de un ejemplar del libro “Portarretrato de Una Voluntad Irresistible”, debidamente envuelto. Ella desgarró el papel de la envoltura, leyó mi dedicatoria, se paseó por el índice murmurando en voz baja los títulos y al final, alcancé a escuchar: “…Manifiesto Postnihilista”, en ese preciso momento me embargó el aroma de su suave y delicado perfume.
Támara dio inicio a nuestra charla refiriéndose al incidente acaecido en una conferencia con un padre protestante, que como muchos, se creen dueños absolutos de la verdad; y, quien intentó agredirla con comentarios fuera de lugar de índole personal, pero tales consideraciones nos alejarían de lo que centralmente deseo transmitirles.
Me ofreció una tasa de café, la que acepté con gusto, la cafeína espabilaría mis sentidos, los cuales debían disponerse como esponjas para absorber toda vibración en aquella habitación. Después de ordenar nuestras bebidas, se levantó y fue por una voluminosa carpeta Oslo constante de unos mil y tantos folios, que contiene los escritos consignados en su recurso de amparo constitucional, ante la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela. A pesar del transcurso de más de diecinueve meses, ni siquiera ha recibido pronunciamiento sobre su admisibilidad. Cuando me comentaba tal circunstancia, en el fondo de mi cerebro resonó el clamor del abogado en ejercicio de este país, que pide a gritos en los tribunales “denme palo” , pero dicten sentencia.
De esta manera comenzamos a repasar y leer incisos de los alegatos, de los derechos humanos transgredidos, jurisprudencia en Latinoamérica y el resto del mundo, incluyendo países árabes, doctrina de tratadistas, normas jurídicas que amparan casos similares en otros países, etc.
La voz de Támara a medida que avanzaba en la lectura, comenzó a cobrar la intensidad característica de quienes se internan en el bosque de los asuntos que le apasionan, sus manos se deslizaban por las páginas mientras leía entonando su voz, y con una chispa en su mirada, su tono se encendía mientras me explicaba los “derechos no relacionados”.
Me llamó poderosamente la atención una decisión en Colombia, que parecía un tratado de filosofía del espíritu, que sostiene que el núcleo en la esencia de todo ser humano es inaccesible por la sociedad, por ende cada quien tiene derecho a autodeterminarse para el libre desarrollo de su personalidad, ser quien tiene que ser y no otra persona, es decir, propugnaba la soberanía plena del hombre y la mujer.
Esta mujer que tenía delante de mí desplegaba unos modales prístinos y una educación elevada, mientras revisábamos retrospectivamente sus alegatos, Támara me comentó cómo los va aglutinando en el expediente, ante cada pronunciamiento judicial, precedente institucional y caso análogo que se produzca en cualquier rincón del mundo, los aporta casi automáticamente en el proceso judicial que ventila por el rescate de su derecho a la dignidad y al libre desarrollo de su personalidad en Venezuela.
Después de esta detallada revisión y análisis, casi sin palabras le dije: “Usted ya venció, ya el resultado nada importa. Ni el reconocimiento de los órganos de justicia venezolanos, ni la instauración de un mecanismo idóneo para el reconocimiento de su identidad y de quienes vengan detrás que requieran ese mismo procedimiento, es indispensable. Su voluntad es de acero, es como un buque rompehielos, su actitud me ratifica que lo importante es el camino y no la meta, usted luchó y se percató que las reglas del libro tienen un límite, se agotaron ¡No son suficientes! para enriquecer la existencia de los seres humanos. Para superar el nihilismo hay que haber sido necesariamente nihilista, para trasponer la frontera, tenía que recorrer el territorio”.
Ella me miró con hidalguía y me dijo que recientemente la había invadido la siguiente frase: “¿Por qué sé que soy feliz?... Porque fui profundamente infeliz”. Tomamos las pequeñas tasas de café y de un sorbo, como si se tratara de un tequila, desalojamos su contenido.
Támara se desplazó en la oficina hasta la silla frente a su computadora y comenzó a escarbar en la búsqueda de archivos digitales, que la esquivaban dentro de esta maquinita de la modernidad, hasta que fueron capturados por el infalible “doble clic”. Se trataba de fotos en blanco y negro en las que aparece Támara retratada de unos tres o cuatros años de edad y al lado aparece ella adulta, como una suerte de comparación entre niña y mujer. A primera vista se advierte que los gestos, la posición de sus hombros, lo profundo de su mirada, los rizos, son idénticos, sin el menor lugar a dudas, siempre ha habido una sola Támara, niña y mujer.
Me despedí con un abrazo y un beso en la mejilla, le prometí enviarle a su dirección de correo electrónico este artículo, que sería agregado a mi página web. Intercambiamos palabras de buen augurio y me retiré.
Tomé mi vehículo en el estacionamiento mecánico y me incorporé a una colapsada arteria vial, con un sol desesperado de mediodía sobre la ciudad, mi mente comenzó a divagar mientras respondía mecánicamente a las señales de tránsito, pensé: Támara es la expresión viva de la imperiosa necesidad que impele al hombre y la mujer modernos de enamorarse de sus almas para abandonar los valores de la generalidad, para fundar nuevos valores que partan de la esencia íntima y subterránea de cada quien.
Me dije a mí mismo: ¿Cómo se perdieron en un intento desatinado los jóvenes de la generación de los años 60 del siglo XX?, cuando el movimiento hippie pensó que a través de sus comunas desafiaba a la sociedad simplemente planteando una contradicción absoluta y por fórmula, o cómo dicen los filósofos de cátedra por antinomia, así pues, si la sociedad convencional trabajaba, los hippies no trabajaban; si llevaban el pelo corto, los hippies lo llevaban largo; si recomendaban cuidar su salud, los hippies se drogaban con LSD; si promueven el matrimonio como unidad económica, los hippies el sexo libre. Craso error la necedad de la fórmula y del método a ultranza en las personas.
Como contrapartida, los nihilistas cansados que promulgan que ya nada tiene sentido porque están agotados, los portadores de la Voluntad Racional , ellos se asemejan a los alumnos de una escuela de baile, en cuyo recinto dibujan las huellas de las suelas de los zapatos y líneas punteadas entre huella y huella, para demostrar el trazo que deja el danzante en el piso, así el aprendiz colocando sus pies sobre las huellas dispuestas en el suelo, y siguiendo el orden preestablecido cree que baila y se convierte en un ser danzante, pero este alumno cuando logra acompasar tres o cuatro pasos levanta la cara con los ojos como platos y con una mueca de satisfacción en la boca, mira al espejo, al instructor y al resto de los alumnos, como diciéndoles “miren estoy bailando” que equivale a decirles “miren estoy viviendo”.
Que ingenuidad, lo que ha hecho el aprendiz es responder a todo lo impuesto, tal como decía Emerson: “…Nuestros hogares son mendicantes, nuestro arte, nuestras ocupaciones, nuestros matrimonios, nuestra religión, nosotros no hemos elegido, la sociedad ha elegido por nosotros.”
Este aprendiz cree que danza, que vive, pero la superposición de sus pies sobre las huellas pintadas es torpe, predecible, insegura, sus movimientos son pensados y el cansancio lo invade por su rigurosidad, está perdido. En cambio, cuando transvaloramos los valores para que respondan a la esencia más íntima, al ser más subterráneo, es ahí cuando emerge victorioso el postnihilista, entonces, se olvida de la marca de las suelas pintadas en el piso, hace lo que siente y se deja llevar, sus pies se deslizan por el suelo, el arrobamiento lo invade como una ola. Una cadencia natural se apodera de sus caderas, y con los ojos cerrados en éxtasis, fuera de este mundo, expele “que nadie me moleste, estoy bailando, estoy viviendo”.
Lo anterior me hace recordar una anécdota que no llegué a recoger en el libro, pero que tal vez estos artículos funcionen para actualizar a las personas que están interesadas en estos temas, y es la siguiente:
En una entrevista realizada por Televisión Española al pintor catalán Salvador Dalí, comentaba y se emocionaba al tiempo que lo decía, que cuando pintaba en el hermosísimo pueblo pesquero de Cadaqués a orillas del Mar Mediterráneo, frente al caballete y las pinturas, colocaba a su lado un televisor y veía el desarrollo de la competición sobre bicicletas Tour de Francia mundialmente conocida, se colocaba una sustancia azucarada en la comisura de los labios y esperaba que una mosca se posara atraída por el azúcar, para aplicar una ligera presión y sentir el zumbido del insecto entre sus labios, después la liberaba y procedía a esperar la siguiente mosca.
Él le aclaraba al entrevistador que las moscas de Cadaqués son limpísimas y que van como vestidas por Balenciaga, que no son como las moscas que rondan a los burócratas, además concluía diciendo que se babeaba de satisfacción.
El entrevistador anonadado, como si se hallase ante un ser de saturno optó por cambiar el tema de conversación, sin vislumbrar la revelación genial que le acababan de realizar.
Dalí nos muestra cómo configuró un concierto de acontecimientos, a saber: pintar, paisaje a orillas del mar, Tour de Francia en el aparato de televisión y las moscas, para estructurar un momento pleno de consubstanciación de su ser con su ser, de pertenencia íntegra de su alma, sentidos y naturaleza con el instante.
Lo trascendental es la autonomía para aceptar el dictado de sí mismo y conspirar para crear un momento eterno, que supere la contradicción del ser humano invocada por Albert Camus: “El individuo no pueda nada, y sin embargo, lo puede todo”. Dalí en ese acto se trasmuta en un Dios de su existencia, crea su momento, lo vive sentida y profundamente. Ahora resulta oportuno invocar mi frase que tal vez incentive tal iniciativa: “Si nadie puede morir por ti, entonces, nadie puede vivir por ti”.
Salvador Dalí no hace más de lo propugnado por la Teoría de la Voluntad Irresistible, aceptar su afición por las moscas zumbando en la comisura de sus labios mientras pinta, como revelación de tendencias irracionales, no sujetas a explicación lógica deductiva, para después a través del vehículo de la razón instalarlas en la existencia, creando el momento mágico de sentido enamoramiento con el alma, así dispone de la sustancia azucarada en la comisura de los labios, pinta y coloca como colofón en el aparato de televisión el Tour de Francia, y se crea la eternidad del momento que se funde en el espíritu, ya no situaciones mendicantes, sino exultantes, que lo hacen babear de satisfacción.
Obviamente, no nos corresponde a todos salir a cazar moscas, que cada quien tenga el valor de obedecerse a sí mismo y vaya a explorar el mundo como divino creador de momentos eternos.
No será esta la respuesta a la búsqueda perenne de la continuidad del ser, que afecta a las personas como seres discontinuos que somos, tan propugnada por Georges Bataille, y que no sólo está reservada al erotismo, como nos lo sugirió. ¿Habremos vencido la discontinuidad que afecta a todas las existencias por la vía del ejercicio sincero, pero vehemente de la Voluntad Irresistible?
Es la creación de momentos eternos, de gozo infinito con nuestra esencia más propia, la vía de vencimiento de nuestra fugacidad, esa transitoriedad que nos impone la muerte, porque todos sabemos que vamos a morir, que no somos inmortales, en este juego de temporalidad relampagueante y permanencia en medio de necesidades para sobrevivir, la mayor suma de momentos eternos de acción verdaderamente sentida, que se funda en el alma, llegando incluso a soportar la cuota de dolor que pudiesen acarrear, no es más que el justificativo heroico de la vida sentida.
Támara desde su juventud fue rabiosamente atacada por esta sociedad de aprendices de baile, que la discriminaron y la desterraron de la tribu, porque en ella se manifestó una sensación que debía aflorar y que provenía del pliegue más profundo de su espíritu. Támara tenía que, enfrentarse a los desafiantes dictadores de los preceptos que rigen la conducta, pero una férrea voluntad se regodea en la adversidad hasta hacerle doblar las rodillas, tal fue la conquista en la que Támara clavo su bandera. Paso a paso logró acondicionar su entorno a su disposición innata. Paulatinamente abandonó la disecación del espíritu que nos sugiere la primera naturaleza, para darle cabida al cauce sentido de un ser palpitante que latía en la segunda naturaleza.
Támara se educó, investigó acerca de su condición, acudió al auxilio de la medicina y la ciencia en lo que sería útil a sus propósitos, y descartó los pronunciamientos científicos que descalificaban su intuición hacia sí misma. Una vez configurada a semejanza de su percepción sensual, se fijó el reto institucional, el reconocimiento por parte del Estado Venezolano del derecho constitucional a su identidad como mujer y a la plena soberanía en el desarrollo de su personalidad y sexualidad, como se lo dictasen las disposiciones más espontáneas y naturales de su ser.
Estoy convencido que muchos de sus agresores, hoy la admiran porque no ven en ellos mismos una tercera parte de la valentía y la voluntad de lucha por propósitos sentidos, que desbordan en esta mujer. Ellos pertenecen a esta sociedad de espectadores y no de protagonistas, juzgadores que atacan movidos por el pavor que les hiela la sangre, moralistas que son lenguas sin brazos y calculadores que parecen roedores rumiando en su cerebro las migajas del pensamiento abstracto.
Támara Adrián es una heroína de la existencia, ha luchado porque su ser más sentido y fulgurante emerja a la superficie, esa batalla está ganada, independientemente del resultado institucional, ella está plenamente dispuesta para alcanzar momentos eternizantes, y para ser feliz como me lo confesó, con la apertura y seguridad de quien vive sumido en su naturaleza. ¡Que vivan las piedras con aletas!
Ojala todos en este país exaltemos este ejemplo, ya que seguramente derramaremos más felicidad en la vereda de nuestra vida.
Por último les dejo con la reseña periodística publicaba en el diario venezolano vespertino El Mundo, el martes 27 de septiembre de 2005, que reza:
“Támara Adrián Hernández, en el pasado Tomás, nació con el Trastorno de Identidad de Género (TIG) y después de pasar una infancia y adolescencia colmada de humillaciones y prejuicios, logró obtener, mediante intervenciones y cuidados médicos, el sexo autoperceptivo que le pertenecía: El de mujer. Profesora universitaria, abogada de éxito y talentosa economista, sólo le falta que el Tribunal Supremo de Justicia, le conceda la cédula de identidad femenina y demás documentos que constitucionalmente reconocen a quienes como ella viven en un limbo por falta de títulos para ejercer sus derechos.”
Autor: ENRIQUE GUILLÉN NIÑO
Obras:
1.- Razones Para Abandonar La Razón. Editorial Comala. Caracas. Venezuela.
2.- Portarretrato de Una Voluntad Irresistible. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid. España.
www.enriqueguillen.com
e.mail: enrique@enriqueguillen.com

Texto agregado el 08-11-2005, y leído por 856 visitantes. (0 votos)


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