Siento el frío muy dentro de mí, anhelo caricias perdidas, deseo miradas furtivas de esas que te hacen volar a otro mundo y que pueden devolverte las ansias de beber.
Todo está en silencio, ni siquiera escucho el eco de mi propia voz, y muchas veces resulta extraño caminar con fuerzas estando sólo en el camino, o tal vez acompañado de fantasmas. Quiero mirar hacia atrás y encontrarme unos brazos que me rodean, permanentes y firmes, quiero cerrar los ojos y sentir que mi piel se estremece.
Qué importancia tienen las cosas cuando ni siquiera tienes algo que te hace vibrar, que te transporta a otro lugar, a otro mundo, con solo una caricia.
Voy caminando enérgica, pero realmente es mecánico, no hay nada que mueva esos pasos, están totalmente vacíos. No soy prioridad de nada, no estoy en las promesas de nadie ni tan siquiera en un leve suspiro tenue.
La oscuridad es parte de mis días, o quizá de mis noches, todo está cubierto de telarañas que me confunden pero que no me envuelven en sus redes.
No quiero eternidad, solo pido intensidad, fuego y llamas que se fundan a la vez y que me aseguren que puede ser posible una chispa infinita a través de mi cuerpo.
No sé que es lo que busco, ni lo que quiero, o tal vez lo sepa, pero no tiene sentido. Volveré de nuevo a mirar a lo lejos, o mejor no mirar a nada y simplemente vivir, sumida en el velo de las tinieblas, de los espejismos y de los deseos que muerden y se esfuman.
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