Despunta el alba... el viejo faro lanza un último bramido antes de dormir; el gigante descansará y el astro rey ha de iluminar el camino de los navegantes. A lo lejos, por el horizonte se bambolean algunas barcazas retacadas de pescado, en ellas llegan los hombres del mar; hombres que retornan a casa, hombres que cumplieron una o dos jornadas arrebatándo al océano su riqueza. Muy pronto, al lado de su mujer han de reposar.
El olor a pescado frito se expande desde la taberna de don Julián, las mujeres se encaminan hacia el muelle; un cielo intenso, azul, y el sol inmenso y brillante, tan enorme y tan resplandeciente como son los anhelos de un soñador. Todo anuncia calurosa mañana.
--¡Buen día Julián!
Es un viejo el recién llegado, un viejo "lobo de mar". De sus días de gloria muy poco se aprecia; ayuda con rústico bastón su penoso andar. ¿Quién pensaría que esas manos temblorosas fueron las más certeras para el arpón lanzar? Que cazó tantas ballenas que en peligro a la especie dejó... al través de su mirar, de unos ojos de suave color gris, ojos enmarcados por espesas cejas y profundos zurcos, gran bondad asoma.
--Buen trato Dios le dé Ventura...
--La mar oscurece hoy Julián; aquella nube lleva prisa... mala señal.
--¡Vamos, viejo aguafiestas... que la mar está tranquila!
--Mala señal...
--¡Que no, hombre... que no; que yo conozco la mar!
--Cuando la mar oscurece, tributo reclama...
Son dos hombres que han vivido del mar, dos amantes de la mar, dos hombres que cotidianamente se disputan la distinción de conocerla mejor que nadie...
--¡Que no, Ventura!; que la mar es mujer, y la mujer siempre hace lo contrario...
--Anda, deja de hablar de lo que no conoces... Mira, sé bueno y dame algo de comer, que traigo la tripa pegada.
--Espera un poco, que está en las brasas un pescadillo... te vas a chupar los dedos.
--Pues, con un tiesto de aceitunas podré esperar.
--¡Oye! que te pones más exigente que los que pagan... pero, ¡qué más da! que no se diga que don Julián dejó sin comer y sin beber a un amigo.
Se produce cierto alboroto en torno al muelle; trata de ser discreto. Todas las miradas hacia un extraño se dirigen. Las mujeres se hablan al oído, los hombres alerta están, y todos se preguntan quién será aquel sujeto.
Camina con mucha seguridad, irradia un sello distintivo; de albas vestiduras muy propias para este clima. A la taberna de don Julián se dirige. Cabello rubio; piel ligeramente rosada, es como aquellos hombres que alguna vez llegan del otro lado del mar; musculoso y muy bien parecido. Pero ¿qué estará buscando por aquí?
Instalado en una mesa, de las que miran hacia el muelle, ha pedido un vaso de vino; aceitunas don Julián le agrega, cortesía de la casa, pues son la especialidad. Nunca mejores en otro lugar.
En el muelle se va recobrando la normalidad. De aquel hombre ya sólo de reojo se ocupan, Las mujeres reciben a sus hombres, los comerciantes regatean a los pescadores, alijadores vienen y van, ya casi se vuelve un día como cualquiera. Por allá, las prostitutas esperan a quien necesitado está, y dispuesto, sobre todo, a dar buena paga a cambio de sus favores.
Allá llega la Toña, mujer otoñal, tan entrada en años como en carnes, quien un día fue la más buscada por los hombres de aquel muelle; rudos marinos se disputaron sus favores; una que otra pelea desencadenó, pero hoy... hoy no hay quien se fije en ella. Si acaso algún beodo cuando no queda opción.
--¿Qué tiene Toña? diferente la miro --pregunta don Julián.
--Muchas esperanzas, como siempre... ¿qué otra cosa puede tener? --responde don Ventura.
--Pues algo diferente advierto en su rostro.
--Tal vez tengas razón, me parece más jovial.
Al sonreír, Toña muestra amarillenta dentadura. Charla con las demás mujeres, compañeras de oficio: Para ellas una palabra amable siempre ha tenido, por eso es que todas la llaman tía Toña, y cuando en sus manos está, que no es muy frecuente, por cierto, no escatiman una o dos monedas para sus penas mitigar.
El desconocido de la mesa se levanta; ha dejado tres monedas que pagan con creces lo recibido. Hacia las prostitutas se dirige; ellas lo han visto ya. Todas esperan más que nunca, ser la elegida; algunas se adelantan y destacan sus atributos, pero el hombre ni las mira, directo a Toña se dirige; sólo unas palabras y a la posada El Faro de Ultramar se encaminan. Nuevo alboroto en el muelle se produce, y es que, ver a Toña conquistar un mozo siempre resulta extraño, ¿pero con este adonis?
--Y yo que creí haberlo visto todo --comenta don Ventura.
--Bien lo dije, algo tiene Toña en este día. Me alegro por la vieja; qué bien que llegara su día.
--LLegó, Julián; llegó su día. Siempre llega el día... --dice don Ventura con dejo de tristeza.
El desconocido ofrece el brazo a Toña, y aquella vieja gorda se deja conducir; una reina se siente, igual que otrora ocurría. Cuando el portón de la posada se cierra, entre las prostitutas una aclamación se deja escuchar, es que todas celebran a la vieja tía, la que siempre les aconseja: "Piensen en otra cosa, hoy la juventud les ayuda... veanme, yo ya estoy vieja, no vaya a ser que como yo muy pronto se vean". --Si así es cuando se es vieja, bienvenida sea la vejez... --comenta la Rita, las demás festejan y con sus risas lo aprueban.
No mucho tiempo ha transcurrido cuando el portón de la posada vuelve a rechinar, y todas las miradas hacia allá enfocan, nadie el espectáculo quiere perder. Ahí viene Toña del brazo de aquel desconocido, caminan por la calle y llegan a la playa. El asombro a todos embarga; siguen por la arena y entran a la mar, caminan y caminan... Ya el asombro en preocupación se torna, la pareja no detiene su andar...
--¡Qué es lo que pretenden! --pregunta alarmado don Julián.
--Llegó su día, Julián, llegó su día... --responde don Ventura mas calmado.
--¡Qué dices, incensato; que se van a matar!
Los hombres corren, lo inevitable tratan de evitar, pero una ola a la pareja cubre, una ola, como el telón cuando anuncia que la función terminó.
Las mujeres gritan y se desgañitan, las prostitutas hacia la playa corren, los pescadores se tiran a la mar.
--Nada por aqui --grita un nadador.
--Parece que se esfumaron... --responden más allá.
Las barcazas van con la corriente para ver si los cuerpos arroja el mar..
En la playa nadie habla, sólo miran el horizonte, y una lágrima en cada ojo aparece.
Una plegaria aquella mujer comienza a rezar, es profundo el dolor que se siente, la angustia del "pude hacer algo, pero no lo evité", los "¿por qué?" Todos lloran y se abrazan, consuelo se quieren dar, pero lo cierto es que nadie hay que lo pueda aceptar.
--¡Aaaaaaaaaah, Aaaaaaaaaay, Aaaaaaaaaaaah!
Entre el llanto silencioso, gritos desgarradores sobresalen, parece que vienen de allá atrás.
--¿Qué ocurre ahora? --pregunta don Julián --¿qué otro infortunio nos espera?
Es una mujer que la posada abandona, corre y grita como si el demonio la quisiera alcanzar. Ahora todos se ocupan de esta nueva situación.
--¿Qué ocurre mujer, que sucede? dilo y deja de gritar.
Pero enmudecida y sofocada sólo acierta a señalar, su índice apunta hacia la posada. Todos hacia allá se dirigen, entran y en una habitación, tendido sobre el lecho, el cuerpo de la Toña descansa en paz; una sensación de gran tranquilidad en su rostro se aprecia.
--Era un ángel de Dios que vino por la Toña para que al fin encuentre la tranquilidad --comenta una mujer.
--Eso no puede ser, la Toña era pecadora, ante Dios no se puede presentar --responden por allá.
--¿Y quién en la tierra la puede juzgar? La toña a nadie hizo mal, siempre en vida su cruz cargó, ¿por qué no ha de merecer el regalo de Dios?
Y este día triste, alegre se volvió, porque desde hoy, la Toña al fin descansa en paz.
En Cancún, costa mexicana del Caribe.
|