Cuarta parte y final.
-¿Qué de donde saqué fuerzas para hacer lo que hice? No resultó nada fácil, señor porque el Chulo era custodiado día y noche por una nutrida guardia personal. Habría sido literalmente imposible atacarlo a mansalva. Estudié pues sus movimientos que casi siempre eran los mismos pero me percaté de un detalle. El vivía sólo en una casa del barrio alto y por alguna razón, la casa no era vigilada, salvo por un guardia civil que se paseaba de cuando en cuando por la calle. La clave era acercarse a la vivienda sin que el sujeto se diera cuenta de mi presencia. Sabía que a la hora de los noticiarios, el tipo se encerraba en su caseta de guardia y allí permanecía hasta las diez de la noche. Era el momento preciso ya que los viernes, el Chulo llegaba después de las once a su casa. Por lo tanto, a mi sed de venganza le sumé varios kilos de osadía y me introduje esa noche en su casa y lo esperé escondido detrás de las cortinas de su dormitorio. No se cuantas horas habrán transcurrido, pero tengo claro que cada minuto que permanecí agazapado en las sombras, repasé una y otra vez esa historia indigna y remarqué sus momentos más denigrantes, tan sólo para avalar la justificación que impulsaría mi mano y no la frenaría hasta dar en el blanco y machacar allí mi venganza. A medianoche sentí que se abría la puerta de calle y ello aceleró de inmediato mis pulsaciones. Sentí sus sordos pasos trepando los escalones con extraña agilidad. Traspirando a raudales, palpaba jabonoso el puñal que sostenía con determinación en mi mano derecha. La puerta se abrió con violencia y su grotesca silueta se dibujó al trasluz del cortinaje. Al parecer estaba ebrio ya que vacilaba un poco al caminar. Sentí como levantaba sus brazos para emitir un absurdo gemido que se transformó en bostezo. Se sacó su chaqueta negra y pude distinguir una camisa blanca a rayas que contenía con dificultad su gran abdomen. Estuve tentado en ese instante de salir de mi escondite para asestarle la estocada que lo tumbaría para siempre. El afilado puñal hervía en mi mano. Pero, sonó el teléfono y la campanilla me paralogizó por completo. Escuche su voz abotagada respondiendo sin muchas ganas, mientras se sentaba en la cama para sacarse sus zapatos. Pocos segundos después cortó y arrojó el aparato sobre el velador. La sangre se me heló cuando vi que dirigía su mirada a la ventana. Pensé que me había descubierto ya que se alzó con violencia y se acercó con resolución. Lo sentí resollar detrás del cortinaje, se diría que escuchaba hasta las palpitaciones de su corazón. Una bocanada de aire maloliente atravesó el género del cortinaje y se introdujo en mis narices. Era una variada mezcla de licores que -ya descompuestos- se disipaban por esa enorme cloaca que era su boca deformada. Su manaza se alzó para entreabrir las cortinas, me lo imaginé como un fiero oso que tenía bajo su dominio a la víctima propiciatoria. Pero no, sólo necesitaba aire, por lo que entreabrió la ventana y aspiró con avidez. Después se alejó satisfecho, se desabotonó su camisa y en ese momento, me acometió la furia al desfilar en ráfaga todas las imágenes de mi pasado, los dolores, las humillaciones, la sorna y el desprecio, todas esas sensaciones se amotinaron en mi espíritu y ya no fui yo, fui un ser hirviendo en su propio odio que no consideraba ni el riesgo ni la cautela y enceguecido por ese impulso irracional, salté de entre las cortinas aullando y acometí mi objetivo como un obsecuente kamikaze. Pude apreciar sus ojos redondos por la sorpresa; luego, al reconocerme, esbozó una especie de sonrisa burlona mientras ofrecía su cóncavo pecho a mi puñal. Sin ningún cuestionamiento, le asesté las puñaladas y cuando se desplomó con estrépito de bestia en el piso alfombrado, volví en mi y la ira dio paso a un sentimiento bastante extraño, sentí que no valía la pena haberme ensuciado las manos con esa sangre impura, que en el fondo lo único que sentía por él era repulsión, la que se siente por los roedores, por los bichos desagradables, pero nada más, nada más. Entonces, arrojé lejos el puñal y me puse a lloriquear por lo irremediable, por esa libertad que comenzaba a escapárseme con tanta facilidad, por el estigma que me perseguiría durante el resto de mi existencia…
F I N
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