-¿Supiste que parece que nos van a cambiar de nacionalidad?
-Algo he escuchado ¿No te parece una barbaridad? El hombre mueve hitos en un afán antojadizo y no le pregunta a nadie si está conforme con pasar a pertenecer a otra etnia, a otro ancestro, a otras creencias.
-Como siempre, somos los sin voz quienes salimos más perjudicados. Yo estaba feliz con mi hábitat, con quienes me rodeaban y ahora pasaré a ser un extraño en lo que fueron desde siempre mis dominios.
-Y yo. Te juro que he pensado seriamente en emigrar aunque ello signifique que tenga a acostumbrarme a otros parajes.
-Por supuesto, se dice que lo importante es la nacionalidad.
-¿Qué tal si ambos emigramos y así nos acompañamos durante la larga jornada.
-¡Estupendo! ¡Me parece fantástico!
-¡Vamos entonces!
Y los dos pececillos se dirigieron al sur, tratando de conservar sus precarias raíces. Mientras tanto, el hombre escribía tratados sobre las movedizas mareas…