La banda al fondo tocando una de los Beatles como siempre había soñado. Las flores en cada una de las 16 mesas se veían tan lindas, que llamaban la atención de hasta el más acérrimo de aceptar que gusta de las flores. La comida había estado realmente exquisita, desde la entrada con salmón, hasta los postres en el mesón, que ofrecía gran gama de copas y platillos con flan de vainilla con caramelo, hasta deliciosas tortas de panqueques y biscochos. Hasta los invitados que bailaban frente a la banda eran perfectos: los amigos que quedaban del colegio, los mejores amigos de la universidad, algunos colegas y casi toda su familia. Por supuesto había un par de personas que si hubieran faltado, su ausencia no habría significado para nada una desilusión. Todos vestían tan elegantes, que apenas había reconocido a algunos, que jamás había imaginado entre lentejuelas, seda y corbatas finas, o que al menos lo parecían.
Ahí estaba, a un costado de la pista con una copa vacía en la mano, conciente de que muchos tenían sus ojos sobre ella. Siempre había sido muy honesta con ella misma, así que se negaba a bailar como los demás si no tenía ganas. Le encantaba la canción, pero sus sentimientos no eran precisamente de los que se expresan bailando. Seguía mirando a su alrededor, a sus amigos divirtiéndose y celebrando. Se repetía a sí misma “olvídalo, y ponte a celebrar”. La banda paró por un momento. Un mozo le ofreció otra copa de champaña, y por supuesto que la aceptó. La bebió entera en unos cuatro sorbos, mientras seguía conciente de quienes la miraban. Empezó una nueva canción y esta vez no pudo evitar el nudo en la garganta, el ceño fruncido y la lágrima lenta. Disimuló un gran bostezo para evitar preguntas o caras curiosas respecto a sus ojos vidriosos. Hace unos tres de años, con esa misma canción de fondo, le había dicho que la amaría para siempre el hombre que hoy había aceptado a su hermana en matrimonio.
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