En un pueblo pequeño y caluroso a pocos minutos de la costa la vida fluye lentamente entre el canto de los pájaros y las matas. La faena diaria se cumple como un ronroneo. Hay una paz exquisita en la sumatoria de todos los momentos. La Luna ocupa su lugar mientras cesa el trabajo, y va iluminando lentamente la imaginería que acompaña al descanso.
Fue en uno de esos momentos del mundo del descanso que se instaló en una de las callejuelas del pequño pueblo un hombre extraño y curtido, entrado en años, de quien lo único que se supo es que era el zapatero y de quien no se pudo saber nada más. Sin embargo fue aceptado como quien acepta que una mata de lechosa crezca en el paisaje.
El zapatero no calzaba zapatos, tampoco tenía las herramientas básicas para dicho oficio. Lo único que cargaba encima era un pantalón raído y una camiseta igualmente en deplorable estado, nada más... la gente lo llamaba "el zapatero" y eso era todo.
Algunas personas realmente no tienen vida, evitan el Sol durante el día y por la noche la Luna les sirve como si fuera un lente, como si vieran a través de ella, y como si los vientos de la noche fuesen una compañía. Centenares de hombres viven de esta manera desconocida. De alguna manera se hacen invisibles, sus presencias no molestan, pasan desapercebidas y pronto pasan a algo parecido al olvido; nadie más habla de ellos, pero ahí están como si estuviesen esperando algo imposible de saber lo que es y fatigoso de tratar de averiguarlo. A veces la gente les trata amablemente, pero en realidad todos los olvidan.
¿Puede interesarle a un hombre saber quién va a morir mañana y ejecutar desapercibidamente todos los actos requeridos para un viaje exquisito de un alma, para así evitar una pena más en este mundo? Puede ¿Pueden haber hombres que no conciban una vida más que esa? Pueden ¿Existe acaso una paga que no sea el dinero? Existe.
El zapatero advierte y toma medidas según lo que advierte, según lo que admira en las compañías silenciosas de la noche plagada de seres y de sombras que a la sombra van. A veces intercede por un alma, sabe bien quién se cura y quién no se cura. Otras veces ve cómo aparece un foso hondo en la tierra. Sabe cuándo interceder por alguien y cuándo no hacerlo. Otras veces ve como un grupo de ánimas alrededor de una casa, entonces la persona ya tiene sus zapatos y se aleja de esta vida plácidamente, momento único en que un alma reconoce la presencia del zapatero.
Momento en que éste se siente feliz por su absurdo trabajo.
Entre tanto y tanto, poco a poco, sigue haciendo sus zapatos sin tener nada que ocupe sus manos.
Y entre tanto y tanto la gente sigue muriendo en todas partes.
...
- ¿Qué haces tú aquí ocupando mi lugar?
- Si quieres me marcho
- No, no seas torpe, solo deseo discutir contigo
- Yo no deseo discutir contigo
- Debemos discutir violentamente, tú no entiendes
- ¿Para qué voy a discutir contigo?
- Si no discutimos te mato de una vez al chico que estás cuidando
- No puedes hacer eso, eres solo una persona que está soñando
- ¡Torpe!, eso no me quita mi poder - y poco a poco fue apretando la garganta del chico que es otro estaba cuidando...
- ¡No hagas eso!
- Te entiendo, no te gusta la violencia, prefieres la suavidad
- ... pero
- No me subestimes solo porque mi huésped está vivo así como tú también estás vivo ¿Quieres que mantenga a este chico vivo o me lo llevo de una vez? Allá arriba hay una estrella que lo está esperando...
- ¡Dámelo a mí! Haré de él un brujo excelente
- ... Ya está muerto - y vieron su alma levantarse en vuelo hacia las estrellas
El Zapatero se levantó furioso, pero Satán le colocó una mano en el pecho y con la otra le mostró una imagen del chico durmiendo apaciblemente. El Zapatero se sentó confundido, nunca había visto tanta osadía grosera a sus principios
- ¿Lo mato o no lo mato? - preguntó Satán
- Doy mi vida por él
- Tu vida es tuya y solo a ti pertenece... ¿Crees acaso que yo no puedo amar?
- ¡El Diablo no puede amar!
- En dos cosas te equivocas torpe amigo mío: yo no soy el Diablo y el Diablo y yo sí podemos amar
- ¡Mientes!
- ¿Quieres que lo mate o no lo mato? - y apretó en su mano al niño hasta que de él cayeron gotas negras como el jugo de una naranja del Infierno. El Zapatero sintió el dolor en sí y comenzó a retorcerse en el suelo
- Ni Dios puede contra mí, querido amigo mío, porque yo estoy en Él
A la mañana siguiente una procesión fúnebre salió de una de las casas del pueblo cargando sobre hombros un pequeño ataúd abierto. Al pasar justo donde estaba el Zapatero se escucharon gritos de espanto y de asombro: el chico se había levantado sano y lozano como quien despierta de un profundo sueño.
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