Y no fue otra cosa que los rayos de la Luna lo que lo dejaron solo.

Tantas compañías la que le erigieron su fortaleza, la que le prestaron sus ojos, su olfato, su "anda", su andar seguro de sí mismo, descubridor ala ves que sigiloso, transparente e invisible cuando así lo deseaba.

Ido a la aventura. Rey en el silencio proyectado a todas partes. Gusto-risa en el estómago. Proteico, vivo sólamente en el momento de la transformación, porque en cualquier otro momento siempre estaba muerto. Psicopompo, el infierno le prestaba sus cadáveres, sus espectros; el acto mismo de caminar era prestarle vida a los fantasmas, se notaba en el frío brillo azul de la parte blanca de sus ojos.

Y no fue otra cosa que los rayos de la Luna la que lo dejaron solo.

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Jardín evoca dormir entre las flores, pedirle favores a alados insectos, mover los dedos, los huesos de los dedos. Jardín evoca invocar la lluvia y exhalar rocío del aliento.

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Una abeja, una mariposa, un colibrí, un rayo de sol, una gota, una sombra... cada cual impera en un momento..., un cadáver, una noche.

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Un pétalo cae sin abandonar la vida: regresa hacia la muerte

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