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Conocí a Arturo y él era un hombre feliz, él había decidido vivir y mantenerse explotando y lo conocí mientras yo había decidido mantenerme pequeño, flaco, tembloroso, lo más verde que pudiese y emanando litros de nervioso ectoplasma. La curiosidad fue mutua, pero lo que me importa es Arturo, si alguien utilizase lentes Kirliam para verlo vería a una especie de quasar ambulante, una bola roja y naranja que emite explosiones vibrantes en bajas frecuencias poderosas que se acumulan en lo más alto del techo del cielo quizá para un futuro. Arturo amaba el aire y al aire entregaba todo lo que podía hacer con su ser. Por supuesto: un tipo de zapatos rotos, un maestro del absurdo, un comedor de sobras que se consigue tirados en la calle a falta de pipotes de basura, un tipo sin discípulos, solo, de quien el conocimiento emana como chorros, una flor abierta para las nubes en un valle de cucarachas, su estela tenía una longitud de más de veinte cuadras. La primera vez que pasó a mi lado me cambió los colores, me los giró todos como si fuese una ruleta y luego me volví completamente negro, el color del espacio de donde provienen todas mis formas, desde más allá de los comienzos de la Historia, mi mecanismo de selección de posibles formas terráqueas, mi estrella, aquella que me hace ser un ser aquí. Enseguida la protegí furioso (a mi estrella) y curioso le grité que tuviera más cuidado con lo que hace, se acercó cauteloso y le dije que me enfurezco cuando alguien casi me ve. Se sentó a mi lado, respirándome, y le dije que llevo meses practicando la apariencia que en estos momentos cargo y que él estuvo a punto de desbaratarlo todo. |
Texto agregado el 07-11-2005, y leído por 135 visitantes. (0 votos)
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