Cuando se duerme mucho, muchas horas seguidas, se despierta como si se fuera otra persona, como si el cuerpo entero se hubiese ido a otra parte, y lo que despierta fuese un resto de uno mismo. Se toma un café, se fuma un cigarro y el sol y el paisaje parecen un estado circunstancial. Aparece la nostalgia en el pecho y en el fondo del estómago, una leve tristeza, se tiene la sensación de que se ha sido abandonado en esta vida al azar. Se lee el periódico o se enciende la televisión y todo parece tan estúpido y lejano a la vez que uno se lamenta de hallarse en esta situación a la que llamamos vida.

Despertar es como haber estado en una fiesta rodeados de desconocidos que en los sueños nos son comunes y que en la vigila no existen, de gente familiar sin ninguna referencia con lo que llamamos realidad.

Al despertar se tiene la sensación de haber realizado algo, lo que es curioso: algo con sentido. Al retroceder a la vigilia hacer algo con sentido y significado pareciera encerrado únicamente dentro del ámbito de la supervivencia: no hay sentido como en los sueños. La vigilia es como un sueño carente de sentido.

Se fuma un segundo cigarrillo seguido y se medita al respecto, se tose un poco, se observa el cigarro, se piensa que si se continúa a ese ritmo no se vivirá más de diez años. Los efectos del la luz del sol y ese dormido acostumbramiento nos hace sentir como si perteneciéramos a este estado. Uno se preocupa un poco al respecto ¿Pertenezco o no pertenezco? Se toma entonces la resolución más sencilla de todas: Se hace como si se perteneciera.