José le llevaba flores a María todos los días. No porque quisiera casarse con ella, sino sólo porque era bonita, para alegrarle un poco la vida de su tristeza, la envidia de las más feas.
José era bajito, calvo, orejón, imposible de saber su edad, parecía un viejo con el cuerpo de un niño, parecía también un duende y hablaba con una voz extraña de distintos tonos al mismo tiempo, grave y profunda y chillona a la vez, tono de mando y queja al mismo tiempo. Verlo provocaba una simpática sonrisa, escucharlo producía un pero...
Patético con sus grandes ojos verdes, inmensos, como si estuviese acostumbrado al mar, como si constantemente lo cruzase, o como si fuese él el mismo mar. Al hablar movía sus grandes orejas como si estuviese remando para encontrarte ¿Cuántas estrellas tienes en tu pecho esta vez, José? Aparecía la pregunta en la mente y José se escabullía "Pero..."
José estaba enamorado de otra chica con la que siempre hablaba bajito. A ella no le llevaba flores pero trabajaba para ella en cualquier tontería y siempre sabía cuándo iba a llover aunque el cielo estuviese despejado, con esas cosas la sorprendía, el nombre de ella también era María.
Cuando salía al pueblo José se llevaba un saco con capucha con el cual se cubría hasta la altura de los ojos para que no se burlasen de él o quizá la causa nos sea desconocida. Desde las sombras observaba por horas hasta que al parecer algo resultaba porque recibía desde adentro como un golpe en el pecho y se largaba, una resolución dada.
Yo no sé más nada de él. La gente decía que era patético.
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