Veinte metros antes de llegar a la Necrópolis cambié de parecer. Sabía que una vez dentro jamás podría volver y ya no habría forma de disfrutar los placeres que tanto amé en el reino de este mundo. Desesperado, quise volar o desaparecer cual si fuera un ilusionista profesional. Por desgracia, la única salida se encontraba frente a los ojos de la concurrencia. A lo lejos escuché la pala del sepulturero y se me crisparon los nervios...

...Poco antes de entrar al camposanto, la procesión se detuvo en medio de murmuraciones y gestos divertidos, al mirar las rodillas vencidas de la escolta fúnebre.

–Es como si el muerto tuviera voluntad –espetó una mujer gorda en tono socarrón.

Las miradas centraron su atención en la pompa sepulcral. En segundos, los cerrojos del féretro cayeron derrotados y una exhalación profunda precedió el rechinido de las bisagras en todo su esplendor, penetrando con punzón el alma de los vivos. El muerto se liberó de su mortaja, pegó tremendo salto y en medio del estupor de la concurrencia, echó a correr dando tumbos hasta perderse en el horizonte.