La ultima mirada
La miraba. Me miraba, ya llevábamos más de 2 horas así, el primero que parpadease perdería, no se qué, pero perdería. No nos conocíamos, pero definitivamente era un reto. Lo supe desde el primer momento en que subí a ese subte. Los vagones se movían bruscamente pero ninguno de los dos parpadeaba.
Diez horas, uno enfrente de otro, no se cuantas vueltas habremos dado, pero ahí estábamos sin abandonar nuestros asientos, sin despegar la vista del otro.
Los ojos de ambos comenzaban a perder brillo, casi sin ninguna señal de vida, varias veces pasaron algunos pasajeros a verificar nuestro estado, pero estábamos vivos, más vivos que nunca.
A las once la línea comenzó a cerrar, el guardia se acercó, nos dijo que nos vayamos. No hablamos, ella sacó 20 pesos de su bolso y se los entregó, el hombre se alejó. Así, pasamos ocho días, un día pagaba yo y otro ella. Estaba demasiado cansado, nunca había hecho tanto esfuerzo, un día pensé levantarme y terminar con todo, pero fue imposible, estaba demasiado penetrado, y así cada día que pasaba, cada día que me hundía mas en su mirada, el dolor era inconmensurable, ella evidentemente estaba en las mismas condiciones que yo, pero ambos sabíamos que no íbamos a levantarnos. Aquella mirada, ya no era un simple juego, ni un reto para demostrar quien era el mejor, ahora era diferente, cada uno autista a los ojos del otro, una sensación extraña, una sensación que yo desconocía hasta ese momento. Era una mirada dulce, cargada de amor.
Por las noches, solo pensaba en abalanzarme hacia ella y abrazarla, pero tuve que retenerme. Retenerme todo un año. El problema ya había dejado de ser los ojos y el cansancio, el problema ahora, era no poder hablarle, no poder tener contacto con ella.
Hasta que pasó, fue un domingo, en ese momento, ninguno de los dos tenía noción de la hora ni de lo que pasaba alrededor, ni siquiera recuerdo si había gente, solo recuerdo que era domingo. Ella movió sus manos, y agarró su cartera a la que apretó fuertemente, como para contenerse de algo, un rato después, una lágrima nació de esos ya tan conocidos ojos, una lágrima que a medida que corría por su mejilla, reflejaba la mía por donde también, simultáneamente se deslizaba otra gota salada, producto de todas esas emociones guardadas. El par de lágrimas más poderosas del mundo, el par de lágrimas que hizo que parpadeásemos al mismo tiempo, desencadenando una resplandeciente luz blanca, que borraba todo a nuestro alrededor, construyendo un nuevo mundo para los dos, un espacio que nos mostraba todo lo que habíamos pensado durante ese año, ella veía mis sueños, yo veía los de ella, los dos con los ojos cerrados. Luego los abrimos. De repente, todo comenzó a girar sobre nosotros como único eje, todo ese mundo construido con el amor más fuerte que jamás haya existido, comenzó a mezclarse como acuarela, de diferentes colores, hasta deshacerse por completo y dejarnos en medio de una nada inmensa, teñida por un oscuro marrón, que comenzaba a decolorarse con nosotros, mezclándonos con el fondo, desapareciéndonos por completo. Como dos personas que se aman como jamás en la vida nadie ha amado. Como si jamás hubiera existido una relación tan fuerte. Como si jamás hubieran existido.
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