Ayer fui al supermercado y compré una piña. Llegué a casa y la corté con un cuchillo con dientes. De ese primer corte le hice otros dos más. Trocé la piña en pequeños pedazos y los puse en una fuente que tengo especialmente para las frutas.
Hoy fui al supermercado y compré muchas naranjas. Llegué a casa y las pelé; mientras lo hacía, podía sentir lo ácido que son en una de las partes de mi boca que no se como se llama. Arranqué los gajos y los puse en otra fuente.
En cinco minutos más, voy a tomar las pedazos de piña y naranja, y los voy a poner en dos platos sin fondo. Ya puedo sentir el olor amarillo y naranjo de las paredes, lo único que no siento es el sabor, que se lo vas a dar tu mi amor a penas llegues.
Han pasado diez minutos y sigo aquí con las frutas, ya probé dos piñas y un gajo de naranja. Fue lo mismo que comer una lechuga.
Hoy se cumplieron las dos semanas y sigo esperándote, mi amor ansioso, los platos parecen tener más fondo, y las frutas están más frescas que nunca.
Ayer se cumplió el mes.
El año.
Hoy ya perdí la cuenta. Nunca más voy a sentir el sabor a piña y naranja, que de éstas, ya ni siento su acidez en la boca, ni sus ganas, ni las mías tampoco. Entro a la cocina y en ella telarañas. La ventana se ha achicado y su sombra aumentado, el sol ya no cabe y las estrellas con cada vez más fugaces. Busqué y busqué, y recordé donde estaba la juguera. De inmediato pensé que si la cocina está en ese estado, pues la juguera ya ni serviría. Está como nueva. Llevo los platos hondos hasta la cocina; de ellas, vacío las frutas a la juguera. MIX.
Mañana es otro día, voy a ir al supermercado por unas espinacas, quizás un par de papas, regaré mis plantas con jugo de frutas, y voy a pensar que te moriste en tu viaje a Brasil, y no que me cagó un negro que te conquistaba con piñas y naranjas.
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