Sus manos.
Adormecen el silencio. Dirigen tangos sin rumbo. Hacen visible el aire en la silueta de un amor histórico que parece irse con la noche…
Son las huellas digitales de su arte. Oferentes de las piruetas de un sol mayor. Para que la respuesta, a una última pregunta, sea un si sostenido. Y la calle Florida se llene de flores.
Esconde sus canas detrás de las orejas. Y tiene ojeras, pero no se miran. Porque la atención la llaman sus ojos. De vidrio. Como si la vida les hubiera hecho un impacto. Y sus manos. Que tartamudean palabras mudas, gritos que remontan el olvido hacia el lugar del recuerdo. Y nos hacen de lluvia. Y caemos como en lágrimas.
Como dos telas arrugadas, sus manos, de música. El bandoneón, sobre una rodilla. El perfume atrae a los transeúntes.
Y una respuesta se disfraza de esperanza: la moneda rueda en el aire como lágrima de bronce, y busca el fondo de un vaso de vidrio.
Y el impacto.
Es como si cayera en sus ojos.