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- ¡No me importa el mundo! - Dijo el hermitaño y cerró la puerta de un solo golpe retornmando a la oscuridad rodeado de las cosas iluminadas.
No era cierto: Sí le importaba el mundo, en el sentido de que le interesaba demasiado. Sólo en el mundo podía descubrir su utilidad; la de ambos. Y por eso se había encerrado.
Estuvo a punto de caer en la modorra de las momias nuevamente para hacer parte del mundo y volver a ser una sola voluntad con las cosas iluminadas cuando un pensamiento con la potencia de un grito de advertencia lo detuvo:
¿Quién había tocado la puerta, golpeándola tres veces? ¿Quién había requerido de su presencia? ¿Quién había requerido de su ausencia? Hacía treinta años que se había desligado por completo de ese otro mundo constituido por el lenguaje de los hombres. Ese mundo, inexacto. A veces patético, a veces poético, pero tan fácil de describir como movimientos simples, previsibles. Fuerzas simples, a veces demasiado simplonas, pertenecientes al subconjunto de las pasiones humanas. El universo de un hermitaño es mucho más ámplio...: Son las horas del día, completas. Es cada profundo segundo de la noche: Latidos, que alteran los rasgos y el hombre deja de ser hombre para volverse otra cosa, sexo con el mundo, los seres, los rostros ancestrales que nunca nos abandonaron... Entonces los seres humanos se ven tan chiquitos y ocurre un silencio.
¿Quién había tocado la puerta?
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Texto agregado el 06-11-2005, y leído por 99
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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09-05-2006 |
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como decia anteriormente, espero que sea el hombre que no existe elhombreazulon |
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