En estos nuevos y viejos días
debo abandonar las frazadas
que cubrieron mis huesos,
debo dejar las playas desoladas,
aunque extrañe el rocío
y las cadencias silenciosas
de siluetas dibujadas sobre pupilas
que se mudan entre miradas.

En estas nuevas y viejas esquinas
debo abandonar el jardín
y los gestos cometidos,
que amenazan el resplandor de los cristales
en un acto que esconde la noche,
así los narcisos florecerán en el agua
y el horizonte volverá por la mañana
con su canto verde esmeralda.

En esta nueva y vieja plaza
debo encontrar la claridad
que me ha sido robada de rama en rama,
en la calle desolada
y la ventisca insoportable
se ahogaran los destinos ciegos,
las espinas secas
y las ausencias encadenadas.

En estas nuevas y viejas horas
debo abandonar las noches separado de tus formas
de cuyo eco siempre tiemblan las ansias,
debo derribar los altares construidos
a partir de montes florecidos y húmedos,
ya no quiero levantarme
con el día en la garganta
y los olvidos entre mis manos.

En este nuevo y viejo viento
debo renovar el vuelo de los pájaros
y encontrar la brisa que hace falta
para que tanto este perdonado,
porque el perdón nos deja ver los reflejos
de nuevos colores sobre la hierba
y nos alumbra destinos circulares.

En esta nueva y vieja herida
debo encontrar el fuego como respuesta
para cicatrizar en la historia
cada instante abandonado
y empujarme hacia los bordes
para besar otros abismos,
otras fresas. otros colores,
que eternicen la vejez.