Había una vez…,

Y mira, aquí estoy adornando una de las tantas calles
que son circuladas en esta ciudad,
en este espacio infinito que se pierde
con en el ir y venir de las morenas ruedas de cada vehículo.

El sonido de los pasos huecos,
el vaivén de cientos, miles, millones de pares de zapatos,
muchos suben y otros bajan desgastando escalones
que descienden y ascienden.
Multitudes locamente desbordas
siguiendo trazados destinos cotidianos.
Por el parque, en la lonchería, en tiendas grandes,
en las pequeñas, en las más pequeñas,
por las demasiado grandes, en las esquinas,
o a media cuadra; muy surtidas o con poco que ofrecer.
Todos llegando a distintos destinos,
el mercado, la oficina, la barbería, siguiendo
las frescas tardes de esta época del año.

Viajando en microbús, en bus o por el subterráneo,
me divierto admirando colores o edificios;
huyendo de los pocos pero veloces coches,
pidiendo la hora e intentando descifrar rostros.
Mirando, una, dos, varias veces la pinta de las casas,
los adornos de grandes construcciones,
mirando nuevamente la fachada de la gente,
creando combinaciones en las personas;
ropas multicolor, grises, grisáceas, teñidas de más gris,
teñidas por el humosmog de la vida citadina.

Mujeres untando su rostro en vanidosos rubores,
hombres releyendo las mismas notas, el mismo cotidiano diario,
extrayendo letras de los ya no acontecimientos de un día fresco.
Hombres con rostros oscuros, mujeres pálidas que pasan
tramos de su tiempo viajando en trenes, vagando
en los inhospitalarios y obscuros túneles del inframundo urbano;
del subterráneo segundo hogar, sólo una segunda vida de cuidad.


II
Y mientras la tarde se pasea con el holgado
y acostumbrado frío invernal, la piel se eriza,
suspira café chiapaneco en hoya.
Aparecen las ganas de orinar,
el cuerpo se estremece, busca
y las ganas ganan terreno.
Los pájaros se menean de árbol en árbol,
el verde vegetal de la ciudad acomoda sus hojas
para caer junto a la tarde.
Los pájaros chipes, revolotean perdidos
en medio del bullicio trafical.

De nuevo grande autos, camiones muy altos,
demasiado altos, docenas de ellos,
grandes transportes: motocicletas, coches viejos,
nuevos y no tan nuevos, medio nuevos;
bicicletas y pies hinchados, un mundo de pies
y plumas regadas por todas partes.
Partículas de humo, de olores
extravagantementexagerados que pululan
el aire; perfumes baratos, perfumes lujosos,
el perfume de los carros, el rico olor de
de carne que se asa de puesto en puesto,
y entre tantos miles más perfumes de ciudad,
el humo del cigarro consumiendo oxigeno.

Enciendo un tabaco e inhalo,
café chiapaneco en hoya, suspiro.
El humo se pierde entre los pulmones,
el frío y las ganas de orinar adornando mi cuerpo.
Me levando, extiendo el dedo,
señalo con el dedo, haga la parada.
Subo rápido, me arrodillo frente a una virgen pasajera
para amarrarme el cordón de un zapato,
ahora me dispongo, estoy listo ha viajar,
ha regresar.

Pij.

Al DE EFE. (Distrito Federal, México)