El obispo tocó por última vez
la campana del convento,
se cerro la puerta y la soledad
penetro en las sombras de las cruces.

Mi alma se quedo mirando
con profundo suspenso
el vació alado que navega
de un vitral aun rayo de luz.

Los rezos secan la garganta
y mi voz se mezcla con los murmullos de los dioses.
Estoy dentro de este cajón,
buscando mi cepillo para los dientes
y cascabeleando de frío
en medio de la nada.

Si me voy antes que tú,
dime que no será por siempre
y que en mi ataúd irá tu retrato.
Mira que soy alguien que se deja
caer con solo mirar tu rostro
y que divaga en el filo del alba.

Sé que no me entran los zapatos
a la primera y que tengo que hacerlo
dos veces más, para que no me duelan los pies.

Pij.