III
Esa noche tuve una horrible pesadilla.
Me encontraba viajando en el asiento trasero de un taxi que recorría una ciudad desprovista de vida.
El vehículo corría a velocidades inhumanas, vertiginosas, produciendo que las luces de la ciudad se deformaran transformándose en líneas multicolores.
Por los parlantes del estereo una música gutural atronaba el habitáculo mientras una fetidez ocre emanaba de las toberas.
Trataba de decirle al chofer que se detuviera, pero de mi garganta apenas broto un sonido inarticulado.
Sudaba copiosamente, aunque adivinaba que afuera el frió seria cruel, nocivo.
No podía ver al chofer del vehículo, pero estaba seguro que quien manejaba era la misma persona que me había traído al departamento esa noche.
En el vértigo del viaje algo distrajo mi atención.
Del espejo retrovisor del taxi, a manera de adorno, colgaba un círculo similar a una escarapela, con la banda exterior roja, la interna blanca y la central negra.
-es la del papel- me sobresalte escuchando mi propia voz que apareció después de mi momentánea mudes.
Mis palabras hicieron que el chofer detuviera la vertiginosa marcha en una esquina desconocida para mí, y la puerta de mi derecha se abriera, haciendo que un frío glacial me calara hondo en los huesos.
Baje del taxi sin poder controlar mis piernas que, desobedeciendo mi creciente estupor, me llevaron hacia la acera.
Sentí un portazo atronador tras de mi y el chirriar de los neumáticos del taxi que partió raudamente.
Me encontraba solo, tiritando de frío, frente a la marquesina de un bar.
El frío me hacia temblar descontrolado, y antes de despertar sudoroso, sediento y asustado, alcance a ver el nombre del bar. THEOS.
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