No podemos evitar no mirarnos. No me conoces, y quizá yo tampoco te conozco. No tenemos ojos, ni nombre, ni ocaso.
Siento el agua de tus labios en mi lengua. Y tu cabello hace nudos en mi garganta. Y sin querer noto que no me oyes, que no te oigo, que estoy ahogando tu pecho en mi alma.
Estás sentada en mis manos, frágil y despierta. El frío de la noche alimenta mi espalda, y cerrando los ojos siento que todo un río brota de mi cuerpo…, y, por un momento, nado en tu vientre, que es otro río. Estás desnuda en mis manos, que abro sin poder abarcarte.
Me parece que ya conozco el sabor de tus huesos. Me parece que caminas en mí, sin rumbo, con tus labios ciegos. Y sé lo que siente el agua que bebes, yo soy el manantial que cae en tu cuerpo y que canta sin melodías. Me encantas.
Estás en mí como está mi alma en mi cuerpo.
Estoy en ti, simplemente, como el aliento.
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