En donde nací, los pueblos en forma decorosa tienen locos en su inventario. Todo el mundo les teme, los ridiculiza, los quiere y luego los respeta, todo eso, así, en ese orden, según la edad que se tenga. Cuando somos chicos, presas del horror, nos tomamos la sopa y nos portamos bien porque el loco viene y nos hará victimas de cualquier ilusión diabólica: nos llevará en su costal o con el cauchito que juega nos amarrará para luego comernos.
Luego, cuando somos menos niños y reconocemos las mofas que le molestan a esta criatura que deja de ser nuestro terror, enterados de lo que llaman el “tema”, que viene siendo algo así como el detonante psicológico del loco, la muchachada les hacemos befas y chirigotas a propósito, hasta que se irritan tanto que defendiéndose con lo que tengan a la mano nos hacen salir en una desbandada gozosa que seguramente termina en otro juego.
Fiel al proceso, ayer cuando vi a Ofa aprendí a quererlo cuando recordé la mañana ociosa de cualquier Junio de mi adolescencia en que aprendí a respetarlo. Era el mismo. Parece ser que los locos desde que empiezan a serlo hasta que cualquier día desaparecen son los mismos, se mantienen invariables, su aspecto es tan intemporal como su carácter. Vestía el mismo saco gris desvencijado con hombreras y un pantalón abotinado con pliegues, percudidos de muchos meses. Calzaba unas enormes sandalias “tres puntá”, gastadas de tanto trotar, de arriba abajo, asoleándose, por lo que tenía el rostro más que bronceado, quemado, la cabellera escasa pegoteada y un macizo vaho sobacuno.
Versiones sin dueño de su vida apuntan a que Ofa fue en su juventud un gran universitario, habilidoso, muy entendido en la impenetrable espesura de la Geometría, la Trigonometría, el Algebra y el Calculo Infinitesimal, que sucumbió ante los encantos de una fogosa meretriz que le causó un desengaño y que luego cayó en el laberinto de los refugios del licor.
Ofa toma en exceso, cualquier clase de bebida embriagante lo complace, es conversador y dicen que a muchos estudiantes ayuda a resolver problemas de algebra, pero eso si, no hay algo que lo enfurezca más, es su tema, no soporta que le que le griten en la calle cuando pasa: “Ofín, Ofán agárrate las bolas que se te van”, en seguida ataca con lo que tenga a mano.
Aquella mañana Ofa llegó a la esquina del barrio donde la muchachez departíamos la película de la noche anterior, con su particular paso de caballo de trote que lo llevaba por todo el pueblo todos los días, y una botella de aguardiente vacía acuñada en las axilas. En cuanto lo avistó el primero, se dispuso a molestarlo y haciendo con las manos encontradas una extensión de su boca en forma de corneta se escuchó: “Ofín, Ofán agárrate las bo…” alcanzó a balbucear antes de ser acallado por Ciro que oportunamente le tapó la boca. Lo convenció de que era mejor hacerle otra jugada.
- A ver señor Ofa, – tomó la palabra Ciro con voz de solemnidad burlona – usted, que es el sabio más sabio de todo el país, genio de genios, talento criollo para el mundo, respóndame la siguiente pregunta: ¿cuántas latas de agua se pueden sacar del mar?
Tronaron las carcajadas. “¿Cuántas latas de agua hay en el mar?... ¡saca la cuenta Ofa!...” “… ¿te presto una calculadora completa?... ” “… aquí tienes, lápiz y papel…” “… hay cincuenta mil millones por trescientos ochenta y cuatro, elevado a la cinco…” se escuchaba en medio de las risotadas.
Mientras le hacían semejante pregunta, que no era más que una encerrona para mofarlo, Ofa miraba hacia todas partes en señal de confusión, le habían quitado la botella de aguardiente vacía y no sabía quién.
- ¿Qué pasa señor Ofa? – Arremetió con aire socarrón Ciro otra vez, mientras le enseñaba la botella de aguardiente, ahora llena de agua – ¡gánese el aguardientico!
Ofa fijó su atención en aquel muchacho, lo miró con la botella en alto, y luego, impasible, este insólito personaje dio la respuesta más impactante, y la más inverosímil de cuantas he escuchado en mi vida:
- Depende, - dijo - si la lata es del tamaño del mar solo tiene una.
Ofa cogió la botella de agua y la vació. Se fue llorando. En la esquina tronó el silencio. Era un silencio espeso.
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