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Los Fusiladitos

Una gota se desliza lentamente por su frente, con un paso casi imperceptible pero inexorable.
Al aproximarse a cada uno de los surcos que forma su frente arrugada, acelera su paso...
Desciende en el valle de piel y renace nuevamente en la superficie prosiguiendo su camino.
Es realmente fría esta madrugada de invierno, y sin embargo su cuerpo está invadido por el sudor.

Su mente en blanco; es inevitable sin embargo que acudan a él imágenes de su vida, de sus padres, de sus hermanos, de su novia. Han pasado solo algunas horas desde que se ha despedido de ellos pero un abismo insondable lo separa ahora de aquella vida, él lo sabe.

No había querido creerlo, pero a cada paso que da sobre el basural, la certeza sobre el escalofriante final de su vida; sobre el abrupto final de su vida, se profundiza. Pisa una lata, una rata chilla y huye.
La noche es cerrada aún, las estrellas altas, el sol no iluminará su vida ni un día mas. Cuando el día aclare, la luna se llevará consigo a Carlitos.

Una angustia inmensa convulsiona su cuerpo, sube veloz de sus entrañas jugo gástrico que no puede controlar. Vomita. Cae de rodillas durante un momento, sus pantalones se desgarran en la alfombra de vidrios que cubre el basural. Una voz le ordena seguir adelante, se pone de pie y prosigue la marcha, la marcha que lo separa cada vez más de sus seres queridos, la marcha que lo aproxima cada vez más hacia la muerte.

Continúa así por 20 o 25 pasos más, unos 5 o 10 metros...una vida. La suya. Ha llegado al fin del camino.
Una voz le ordena darse vuelta, poner sus brazos firmes junto a su cuerpo, mirar al frente. La siguiente voz será la última que escuche, la vibración de las cuerdas vocales emitirán el sonido de la última palabra que llegue a sus oídos. Fuego.

Carlitos lisazo cae muerto.

Caigo muerto sobre el basural. Siento que me muerde el plomo de las balas, me quema la carne, huelo mi carne quemada por las balas que se abren paso a través, primero de mi pulóver gastado de lana, luego mi camisa a cuadros, y finalmente penetran mi carne como un cuchillo caliente derrite la manteca. No puedo evitar que el impacto me sacuda, que mis rodillas se flexionen y que mi cuerpo ya muerto, se desplome sobre el basural. Desparramado, mis brazos abiertos parecen abrazar la tierra cubierta de innumerables desperdicios, entre los cuales, yo mismo paso a engrosar la lista. Mi rostro apoyado sobre una pila de cartones, queda inclinado de costado, mis ojos abiertos en dirección de mis ejecutores, de mis asesinos. Pero ya no los veo, ya no veo, ya no siento.
Todo salió mal. Estoy muerto.

-A cada uno de los fusilados, los muertos y los vivos. a Rodolfo Walsh.

Texto agregado el 04-11-2005, y leído por 132 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-05-2007 Comencé a leerlo a pesar de la falta de mayúsculas, ¿temático, yo? La descripción de esa gota de transpiración recorriendo los surcos de la frente está muy bien lograda y fue la carnada con la que me sacaste del río de la estructuración (falta de mayúsculas). Excelente relato, muy vívido, terrible y como para gritar en serio ¡¡¡NUNCA MÁS!!! Un abrazo grande. lobodebarro
23-03-2007 Me pliego a esa frase final y agrego...NUNCA MAS. SIN-IDENTIDAD
10-11-2005 Lograste llevarme a ese momento de sudor frío y de agónica emoción. Aplausos! afgano
05-11-2005 Estupendo relato, duro y cargado de sentimientos. Enhorabuena Alejandro_1007
 
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