Era una de aquellas habitaciones blancas de hospital, asquerosamente límpias. El olor a desinfectate se hacía dueño por completo de tus fosas nasales hasta el punto de provocar náuseas. Y allí estaba sentada, mirando al electrocardiograma. Era simplemente hipnotizante ver la única muestra de que él, a pesar de no moverse y estar atravesado por decenas de agujas con distintos usos, todavía seguía vivo. Enfrente, una ventana mostraba un gris paisaje, compuesta por un gris edificio y un tablón publicitario descolorido. En éste, una imagen: un beso. Y bajo ésta, un claro mensaje: Amar puede matar. Al verlo, ella sonrió y echó una mirada a su reloj. Era tarde ya, tenía que irse. Se levantó, y se acercó a él. Le besó la frente, la nariz, la boca, el cuello y su cuerpo, mientras iba quitandole una a una las agujas que le atormentaban.
-Te quiero.-Dijo, manteniendo la sonrisa, aunque una lágrima asomaba por sus ojos.
Y antes de marchar, desconectó la maquinaria que le unía a la vida.