Lo vi una tarde en la Alameda
entre vendedores de globos y algodones de azúcar.
Observaba con envidia a los niños que jugaban,
a los amantes que se besaban en las bancas
sin temerle, sin lanzarle invitaciones
ni anatemas obsoletos.
—ya nadie cree en él—
¿Y sabes?
Sigue casi tan bello como antes.
Si lo hubieras visto cómo toma el cigarro,
cómo entorna los ojos cuando pasa una mujer.
Pero estaba más solo
más vacío
más vencido
¿Habrá quién adivine
que alguna vez fue un ángel?
Texto agregado el 04-11-2005, y leído por 132
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