El parque estaba cubierto de las hojas secas de las Caobas que en Marzo iban mudando de piel. los niños jugaban, no necesitaban de nada más. De vez en cuando un transeúnte, diferentes rostros y diferentes expresiones. Dos viejos leyendo el periódico, casualmente el mismo periódico. Algunas Guacamayas observaban desde algunos de los edificios y casas del rededor. Había un silencio rodeando a uno de los individuos que se hayaba sentado en uno de los bancos del parque; describirlo es imposible porque nadie se fijaba en él, ni los niños, no los transeúntes y ni los viejos, sólamente las Guacamayas que por alguna razón u otra no querían volar, sólamente aterrizaban, es decir: llegaban más.

El Sol se movía imperceptiblemente, pero se movía, aún cuando algunos persistan diciendo que no. Las sombras se alargan lentamente al atardecer ¿Qué más otra prueba podemos querer? Si las sombras se alargan es porque el Sol se está moviendo y estamos en el atardecer. Pasó un mendigo, alguien que se acerca a la gente, alguien que por costumbre ha perdido ese miedo, habló con uno de los viejos, el anciano palmoteó un bolsillo vacío, uno que estaba justo por encima de su propio corazón. El mendigo se acercó al otro viejo y éste palmoteó los bolsillos vacíos de su pantalón. Los niños no traían consigo plata pero podrían llegar a ser puro oro, podrían llegar a ser, quizá, si las cosas no fuesen todas iguales. Las Guacamayas continuaban observando atentamente con el único ojo con que miran cuando observan de verdad, bien puede ser uno o el otro que a su vez se vuelve uno y el otro el otro.