-Conoceremos al intelectual por fin. Eso debiera alegrarnos.
-Si, obvio, para uno es un honor.
-¿Pero que estás diciendo? No vayas a repetir estas palabras ese día. El se sulfuraría en extremo. Todos sabemos que él es un hombre de mente superior pero él odiaría saber que le rendimos pleitesía.
-Entiendo.
-No, no entiendes, el intelectual es un hombre humilde, un ser que rehúsa los términos convencionales, si lo halagas en demasía, se sentirá ofendido, pensará que estás haciendo escarnio de él. Procura ser natural y recibirás las prebendas de su sabiduría.
-Que complicado.
-No, el complicado eres tú. El es un hombre muy sencillo que basa su conocimiento en la introspección más profunda, que luego desgaja esos conceptos que pudieran ser incomprensibles para nosotros y transformarlos en simples florecillas de conocimiento. Esa es su misión y la cumple silenciosamente, en infinita paz con su mundo interior.
-Describes a un santo.
-¿Y acaso un santo no es a la vez un hombre muy sabio?
-Me comienzo a preocupar. Esta cita se me aparece como algo demasiado ¿Cómo la denomino? como algo inquietante…
-Esperemos ese día y veamos si es tan así.

Y los sabios se alejaron con las preguntas desencadenando otras preguntas en una infinita sucesión de interrogantes, ladrillos sobre los cuales iban edificando la precariedad de su incertidumbre…