“Alguna vez tenia que ser la primera”, pensaba Andrés mientras volaba por los aires, convertido en tapioca por la deflagración del coche bomba con 1700 kilos de trilita que estaba intentando desactivar. Genaro vio la escena el breve periodo de tiempo que tardó la sangre en dejar de fluir hasta su cabeza arrancada. A su perro lo aplastó un trozo de asfalto, como si fuese un gusanazo, aunque no importaba, porque el perro ya estaba muerto. No debió comerse los restos de aquella salchicha con cianuro que Amparo dejó caer de su bocadillo, mientras se convulsionaba en el suelo, ansiando morir de una vez. El marido de Amparo podrá por fin recuperar su dignidad perdida, una vez se recupere de las lesiones e indignidades que Amparo le infligió. Las piernas no se las podrán implantar. Primero porque Amparo las hizo desaparecer. Segundo porque el mayor especialista en implantes de órganos perdidos y hechos desaparecer, el doctor Tapioca, caía envuelto en llamas de su piso en la novena planta del nueve de la calle Ripollés i Gusanazo, en Barcelona. El doctor Tapioca perderá la vida, y los vecinos de los pisos inferiores perderán la ropa que tenían puesta secar en las cuerdas de sus ventanas. Excepto Sarita, la del primero, que segundos antes recogió su falda azul de la cuerda. Como no se la quemará el doctor Tapioca, podrá salir a la calle esa misma tarde, justo a tiempo para ser atropellada por un coche cargado de trilita. Una mujer se convulsiona en el suelo y un perro se come una salchicha. Los despojos de Sarita, una vez asegurado que estuviera remuerta, serán un duro golpe para la conciencia de Genaro, el cual, antes de morir decapitado y perplejo, pudo hacer una ultima llamada, y hablar con su amante, un hombre a quien su mujer maltrataba y amputaba, y a la que pensaba asesinar con un bocadillo de salchichas con cianuro. Tras esperar a que su amante cogiera el teléfono, y tuvo que esperar porque su amante no tenía piernas y no se las podrían implantar nunca, le comunicó que acababa de contagiarle de anticuerpos del SIDA en su ultima relación anal, 15 minutos antes, y que además le había robado la cartera y colocado una mina antitanque en el retrete. Su amante lloró amargas lágrimas. Tendría que matar a Genaro también, pensó. Lo que no pensó fue en desactivar la mina, y minutos después, su madre, que pesaba 112 kilos y andaba suelta del estomago y con diarrea, puso su trasero sobre la tapa del retrete. Los vecinos de Griñón no entenderán porque hay restos de carne y sangre en lo alto de la torre de la iglesia. La explosión hizo huir despavoridas a las ratas de las cloacas, que salieron como una negra marea de la alcantarilla que había al lado de Andrés. Antes de recuperarse de la sorpresa, las ratas le devoraron 3 dedos de cada pie y un poco del gemelo derecho. Afortunadamente, el cuerpo en llamas del doctor Tapioca, golpeando sorpresivamente contra el techo del coche, las hizo huir. Pero también hizo que estallase la trilita del coche, con lo cual, las ratas se ahorraron el susto, porque murieron todas. Andrés todavía tardará un poco en morir. Pero no mucho.
Solo unos minutillos.
Nada, poca cosa
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