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LARGO SALTO

"-¿Ahora? –preguntó ella volviéndose,
pero sin bajar los brazos que sostenían
su bellísimo pelo negro, suelto aún".
Luigi Pirandello.




Ni era el método más ortodoxo ni el mejor, pero Norberto contuvo la respiración cuando saltó del avión. Aún a sabiendas de que se iniciaba una decisiva cuenta atrás prosiguió empeñado en su personal misión de no pensar, ni siquiera contar. Contempló debajo de él la redonda silueta multicolor de los paracaídas de sus compañeros al abrirse. Pero si es difícil engañar a alguien que ha sido un auténtico profesional más lo es autoengañarse y, a pesar de su negativa, reconoció que se encontraba cerca del límite en el que tirar de la anilla suponía volver a repetir salto en otra ocasión. El aire le golpeaba el rostro, podía percibir su zumbido acolchado dentro del casco cuando traspasó la frontera de los últimos segundos, apenas diez más para evitar la tragedia y aún así no vaciló. Se sentía pleno, extrañamente feliz, porque estaba cumpliendo su proyecto y hasta el tiempo había dejado de importarle; pocos podían permitirse tal falta de respeto y menos aún atreverse… El primer nivel de seguridad quedó atrás, también el segundo y del tercero nunca nadie llegó a teorizar en las clases de aerodinámica. Norberto siempre fue un pionero y, aunque era consciente de que estaba abriendo camino con los segundos en contra, en el último momento, fue cuando se decidió a tirar de la anilla… Tocó el suelo brusco, con un golpe seco que asustó a los colegas que habían estado contemplando su peligrosa caída y que, de inmediato, corrieron hacia él dispuestos a ayudarle. Al principio no se movió, el cuerpo entumecido de Norberto no respondía, pero poco a poco fue incorporándose hasta ponerse de rodillas, asintiendo con la mirada las atenciones de los compañeros. A sus preguntas respondió con jadeos entrecortados, aún con dificultades para respirar…
-¿Qué ha pasado, Norberto? ¿estás bien?
Norberto apartó sus preocupaciones con un gesto abierto de su mano que les tranquilizó; todo había quedado en un susto, pero a él le había servido para terminar de acostumbrarse al indescifrable sabor del final, su más enconado rival.
Durante el trayecto de regreso se mantuvo callado, aunque sosteniendo una sonrisa de aparente normalidad para mantener alejadas las preguntas. Tenía que reservarse para mañana, el día de la Fiesta Nacional y, por tanto, motivo de regocijo para ellos, los paracaidistas de la Escuela que, a bordo de un avión militar, saltarían en una exhibición conjunta para la que se venían preparando desde hacía meses. Hoy, era su último entrenamiento, pero mañana sería su gran día.
A su llegada a la Escuela, una vez más pudo comprobar la cálida e interesada acogida con que fue recibido por sus compañeros, sin duda, una muestra inconfundible de la veneración con que se le distinguía. Era un hombre apreciado y reconocido entre los apasionados de aquel deporte, en el que había logrado altas cotas de éxito y popularidad: dos premios nacionales en salto libre y uno internacional en equipo, además de multitud de menciones en diferentes Jornadas Paracaidísticas a lo largo de la geografía mundial. No sólo su triunfo estaba avalado por los premios y la competición sino por toda una vida entregada a aquella afición que le valió el reconocimiento de su ciudad cuando protagonizó la creación de la Escuela de Paracaidismo y, más tarde, la Fundación que ahora llevaba el nombre de su esposa.
Sin embargo fue después del accidente de Gloria cuando le pareció haber tocado techo, desde su desaparición no había dejado de caer y, ahora, se encontraba en la última fase, irreparable, en la que nada deseaba más que batir su propio record y finalizar de una vez por todas aquel endemoniado pulso con el destino. Norberto nunca dispuso de habilidades para acabar una carrera, pero no era tonto, siempre se las supo ingeniar para atajar, para hallar el camino de en medio y sacar la partida adelante. A Gloria la había conocido en las competiciones del Instituto; ella compartió también podium cuando quedó finalista en las pruebas del salto de longitud, desde entonces no se separaron. No sólo se fijó en Gloria por sus aptitudes físicas, que además les permitían compartir una misma afición, sino también influía el hecho de que era la hija del alcalde, es decir, la hija única y, por tanto, heredera. De este modo, Norberto se labró desde bien pronto su porvenir, sabía que deseaba llegar muy alto, aunque desconocía hasta dónde. Se había propuesto alcanzarlo a cualquier precio, saltaría por encima de todo obstáculo y ahora, que ya se había lanzado al vacío, no sabía parar. También para él era un misterio, pero le atraía el abismo…
Fue años más tarde, cuando formalizaron su relación, al poco de casarse, cuando la Escuela de Deporte Aerodinámico se convirtió en una realidad. Norberto había sido uno de sus más animados propulsores y, avalado ahora por todos los galardones obtenidos durante el noviazgo, pasó automáticamente a integrar las filas del equipo de la Escuela, aunque entregado con entusiasmo casi contagioso a su cargo de monitor de saltos. Aunque callaban, todos adivinaban que acabaría por desempeñar las funciones de director general o de rector más adelante. Sin embargo la lucha callada que Norberto mantenía no iba por esos derroteros donde la notoriedad se aburría entre papeles o despachos, aquella meta carecía de valor para su espíritu indolente e inquieto.
Las banderas oteaban en lo alto de la Escuela y una algarabía de gente se unió a los integrantes del equipo cuando descendieron del autobús. El tumulto les acompañó hasta la entrada; un cordón de periodistas y fotógrafos ocupaba el lugar donde mañana se entregarían los trofeos.
-…¡Es él, Norberto, es Norberto!…
Pero Norberto no se inmutó ante los repetidos flases que se disparaban ante su presencia, ni ante el murmullo creciente de los visitantes que pronunciaban su nombre mientras se apartaban a su paso. Su mirada ausente, parapetada tras una firme sonrisa de determinación, estaba más allá de todo ruido, más allá del cielo que ya soñaba tocar… Sin perder el paso terminó de arrancar la anilla que mañana debería utilizar, de ese modo no habría fallos ni excusas; la arrancó con disimulo, al igual que lo hizo con Gloria aquella tarde en que fueron solos a entrenar, cuando ella le sugirió sentar la cabeza para cuando la edad no les permitiera arriesgar en exceso. Norberto no podía permitir ni soportaba las muestras de debilidad, ni mucho menos a Gloria, que dejó de ser ella desde aquel instante, al menos la que él quería que fuese… Sin embargo no podía olvidar su mirada cuando cayó, aquella mirada infinita que desapareció fundida entre las nubes mientras caía… La última vez que le miró le regaló un asombro que aún le perseguía, aunque ya estaba próximo el día en que quedaría desvelado. Ya no podía dejar de saltar, de detener la caída que había iniciado, se encontraba a un paso de conocer lo que se escondía tras la larga faz del abismo. Mañana saldría de dudas, lograría desvelarlo, sí, ya se acercaba al triunfo, por fin daría el salto definitivo. Mañana iba a ser su gran día glorioso…



El autor: LuisTamargo.
http://leetamargo.blogia.com

*Es una Colección "Son Relatos", de (c) Luis Tamargo.-






Texto agregado el 03-11-2005, y leído por 117 visitantes. (0 votos)


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