Viaje redondo:Del todo a la nada
Por Víctor H. Campana
Son las 4:30 de la mañana y acabo de despertar. Por algunos minutos reviso mi memoria para reactivar las imágenes y acciones de los sueños que tuve anoche, de esta manera se graban en la mente consciente y es fácil recordarlas más tarde. Es como un trabajo que se hace en la memoria de una computadora y que se pierde si no se lo guarda en el disco duro.
Es la hora perfecta para el estudio o la meditación. Por un momento dejo vagar mi mente sin pensar en nada y luego veo rayos de luces blancas, azules, rojas y verdes saltando de un fondo oscuro para formar un brillante tapiz con diseños movibles y cambiantes. De pronto las luces quedan estáticas, se disuelven en un caudal luminoso dentro de mi cuerpo que excita mi corazón y trae a mi mente uno de mis más anhelados deseos: Visitar un templo donde se imparte sabiduría divina.
Mi deseo es llegar a ese templo y, una vez allí, ofrecerme para trabajar mientras estudio y adquiero nuevo conocimiento. Puedo hacer trabajo de limpieza, jardinería o cualquier otra cosa. Con la idea ya fija en mi mente, considero la clase de trabajo que me gustaría hacer. Me encanta trabajar en el jardín, de modo que tiene que ser jardinería. Pero también me gusta escribir usando un procesador de palabras en mi computadora. Y no puedo imaginar todo lo que podría aprender haciendo trabajo de computación en un templo de sabiduría divina.
Me atrae el monasterio Katsupari que se dice está situado en una remota área de los montes Himalaya al norte del Tíbet y que el abad es el Maestro Fubbi Quantz. Quienes han llegado a este templo mediante una experiencia conocida como “viaje del alma”, dicen que es un lugar que está bajo una cubierta electrónica que le hace impenetrable e invisible a los ojos del mundo exterior. La descripción que dan es comparable con Shangri-la, ese lugar paradisíaco de la novela “Horizontes Perdidos” de James Hilton. Dicen, además, que únicamente se puede llegar al monasterio en espíritu y una vez que se haya establecido contacto espiritual con el abad.
De modo que me dispongo a contemplar mi deseo como si fuera un punto de luz en el vacío al mismo tiempo que hago ejercicios de respiración yoga o pranayama. Este ejercicio activará mi energía espiritual que envolverá mi cuerpo como un aura, me llevará a un estado puro de conciencia y hará posible que mi cuerpo espiritual se proyecte hacia el Maestro Fubbi Quantz.
Luego de haber entrado en profundo estado de meditación, me encuentro en presencia del Maestro. Fubbi Quantz viste un hábito y turbante blancos, es alto y delgado, como de un metro ochenta centímetros, tiene una barba larga y blanca, ojos claros de mirada penetrante y una sonrisa luminosa. Me siento feliz y agradecido de estar junto al Maestro. La luz y el sonido que fluyen de su presencia llegan a mi cuerpo que comienza a vibrar suavemente al comienzo y gradualmente se sincroniza con la frecuencia vibratoria del Maestro. Es una experiencia asombrosa que deleita todo mi ser.
Sé que estoy iniciando un viaje del alma. En el instante que me doy cuenta de esto, veo que estoy fuera de mi cuerpo físico que reposa tendido en la cama. En mi cuerpo espiritual estoy de pie junto a Fubbi Quantz quien me toma de la mano e instantáneamente estamos fuera de mi dormitorio, flotando en el espacio. Viajamos hacia el norte sobre la Bahía de San Francisco, el puente Golden Gate, y nos detenemos por unos segundos en Bodega Bay en la costa del océano Pacífico. De un vistazo reconozco este lugar que sirvió de fondo para la película “Los pájaros” y veo unas cuantas gaviotas volando en nuestra dirección como si nos estuvieran acompañando.
De Bodega Bay llagamos casi instantáneamente al monasterio. Aterrizamos, por decirlo así, en medio de un amplio y fragante jardín esplendorosamente arreglado con frondosos y variados árboles frutales y cantarinas fuentes entre una multitud de macizos de flores artísticamente diseñados cuya infinidad de colores resplandecen bajo la luz del sol. Siguiendo un caminito de adoquines blancos, entramos a un ancho y sombreado pórtico blanco cuyas paredes y columnas están adornadas con extrañas líneas y símbolos dorados. Al otro extremo del pórtico se abre un enorme patio ovalado en cuyo centro hay una fuente rectangular de mármol azul en medio de un jardincillo circular. Fubbi Quantz me lleva por el corredor del costado derecho. El agua que brota de la fuente esparce sus gotas cristalinas sobre las flores blancas y rosadas del jardín. Nos detenemos frente a una de las tantas puertas con frente al patio. Al tiempo que da tres golpes en la puerta con su dedo índice derecho, me dice, “Aquí es donde comenzarás a trabajar”. La puerta se abre y entro yo solo. Es la habitación de tres adeptos. Mi trabajo consiste en mantener limpio el lugar y servir a los adeptos. Este conocimiento llega a mí espontáneamente. Mi primera tarea es lustrar las sandalias de estos tres monjes, hombres altos, fornidos, de mediana edad, con cabello negro que les llega hasta los hombros y barbados. Tomo las sandalias junto con un cepillo y una toalla y me siento en el piso alfombrado en el centro de la habitación. La luz del sol entra por una ventana rectangular a un costado de la puerta. Mientras cepillo las sandalias con suela de madera aseguradas con un tejido de fibra vegetal, los tres monjes se visten en sus túnicas blancas y luego vienen y se paran frente a mí, en silencio pero con una amplia sonrisa de agradecimiento en sus rostros. Coloco las sandalias a sus pies, se las calzan y luego salen de la habitación.
Cuando la puerta se cierra con un leve ruido detrás de los monjes, siento un profundo estremecimiento e instintivamente me levanto. Una simple ojeada me basta para examinar donde estoy. Es una habitación amplia con tres camas alineadas a lo largo de la pared lateral izquierda, con tres cajones debajo de cada una que sirven como guardarropa. Las camas están tendidas y no necesitan mi intervención. Contra la pared frente a las camas hay un escritorio largo con tres sillas. Junto a la pared posterior hay tres alfombras rectangulares, blancas y gruesas donde los monjes se sientan a meditar, y a la derecha hay una puerta de madera pulida de un color café claro. Me dirijo hacia esta puerta y la abro. Es un cuarto de baño con paredes blancas. Aunque todo se mira limpio y en orden, paso mis manos sobre las camas y el escritorio y no encuentro ni una pizca de polvo.
El repentino sonido de un gong detiene mi observación y lleva mi atención al exterior del cuarto. Mi intuición me dice que debo salir. Abro la puerta, salgo y voy hacia un pasillo que se abre bajo un arco cubierto de yedra a un extremo del patio, siguiendo el sonido del gong que viene de esa dirección. El largo pasillo termina en una balaustrada a la entrada de un anfiteatro circular de cinco escalones. Parece que todos los residentes del monasterio, un centenar aproximadamente, están reunidos allí, pero no veo al Maestro Fubbi Quantz. En el centro, sobre una plataforma redonda hay un monje sentado frente a un gong. Un cántico que viene del coro de mojes llena el ambiente con sonidos espaciados del gong. Dos corredores a los extremos de la balaustrada dan acceso al anfiteatro a cuyos costados y separados por corredores adornados con arbustos florales, se levantan dos edificios grandes con paredes blancas y tejados azules. Tomo el pasillo de la izquierda y en lugar de ir al anfiteatro, mis pasos me conducen a una terraza con vista panorámica de una inmensa montaña blanca. Me detengo para contemplar el magnífico espectáculo frente a mí y me sorprendo al ver una báscula en el centro de la terraza. Supongo que está ahí para que los monjes controlen su peso. Es un aparato extraño con una plataforma azul de un metro cuadrado, un pilar blanco en forma de cruz de un metro y medio de alto aproximadamente y un péndulo dorado. Espontáneamente subo y me siento en la plataforma. La punta del péndulo está a la altura de mis ojos, inmóvil, en el centro de la barra horizontal de unos cincuenta centímetros de largo. Los brazos del travesaño están graduados del cero al cien, partiendo del centro. El cero es dorado, los números de la izquierda son negros y los de la derecha son blancos. A medida que observo, entiendo que este aparato no pesa cuerpos físicos sino que mide la inclinación emocional. Si es positiva, el péndulo se nueve hacia los números blancos y si es negativa hacia los números negros. El cero indica completo equilibrio. De pronto siento una vibración dentro de mí y el pensamiento revive escenas de controversia y disgusto familiar. Las imágenes reflejan mi actitud negativa y el péndulo marca el número diez negro. Estas imágenes se agudizan y el péndulo avanza al número veinte. Me detengo a reflexionar y a medida que me calmo y concedo razón a la parte contraria, el péndulo se mueve hacia el centro, pero sigue avanzando hasta el número diez de la derecha. Esto me dice que cualquiera de las dos actitudes, pro o contra, causan inclinación emocional o desequilibrio. Lentamente todo mi ser se armoniza con el sonido melodioso que viene del anfiteatro y luego quedo estático y en absoluto silencio. Mi ser interior se refleja como una pantalla y veo como se disuelven y desaparecen mis deseos, mis angustias, mis apremios hasta quedar en blanco y en completo reposo. Mi atención vuelve al péndulo que lentamente vuelva al centro y se detiene justo sobre el cero. Esta experiencia de perfecto equilibrio emocional solo puedo describirla con una palabra: felicidad.
El sonido del gong quiebra el silencio y trae a mi mente la imagen del jardín donde debo ir a trabajar. Me levanto y cuando bajo de la báscula, me doy cuenta que estoy de vuelta en mi casa y en mi cuarto de trabajo.
Es un día claro y abrigado. La luz del sol que entra por la ventana que mira al este ilumina la habitación. Es un día para estar afuera. Apago mi computadora y salgo al patio. El jardín me da la bienvenida con su fresca fragancia. Los árboles de duraznos y ciruelas están floreciendo. El jardín está completamente despierto después de su largo reposo durante la estación invernal. Me acerco para saludar con el toque de mis manos a los árboles, los arbustos, los rosales, el césped y también las hierbas. El macizo de legumbres está vacío pero listo para recibir las semillas. Los árboles de naranja y limón necesitan inmediata atención ya que están luchando por sobrevivir el efecto de la helada que les cayó y que mató al melocotón y al hibisco. Luego de saludar a mis amigos vegetales, me preparo para servirles.
Tanto el árbol de naranjas como el limonero se miran mucho mejor después de la poda que recibieron. Cuando me dispongo a cortar otra rama del naranjo, me detengo bruscamente y quedo como paralizado sosteniendo las tijeras de podar frente a mi cara. Una completa quietud se manifiesta dentro y fuera de mí. Un sonido largo y agudo rompe el momentáneo hechizo y entonces me pregunto, “¿Estoy soñando o solamente imaginando?” Y miro alrededor para percatarme de lo que está sucediendo. Estoy aún en el jardín, de pie frente al árbol de naranjas, pero no en una realidad física. Todo el ambiente se ha trasladado a una dimensión diferente. Y en esta nueva dimensión el jardín y mi persona son ahora una sola entidad, funcionando en la misma frecuencia vibratoria, pero dentro de esta forma de conciencia integral aún conservo mi individualidad.
En este estado de conciencia quiero tener un claro entendimiento de lo que está sucediendo y nuevamente me pregunto, “¿Estoy soñando? ¿Estoy imaginando? ¿Estoy experimentando un viaje del alma?” Y luego me enfrento a las preguntas, “¿Qué es un sueño? ¿Qué es la imaginación? ¿Qué es un viaje del alma?”
Desde el fondo de mí las respuestas surgen como un torrente de imágenes. Veo que el sueño es un evento que ocurre mientras duermo y que en este evento puedo ser el testigo de la acción o todo al mismo tiempo, testigo, actor y la acción misma. Y veo también que mi ser esta revestido de siete cuerpos como ropajes, uno sobre el otro. El cuerpo exterior es el físico y dentro de éste siguen, en orden de profundidad, los cuerpos etéreo, astral, mental, espiritual, cósmico y nirvánico. La contemplación de estos cuerpos me induce a soñar.
Estoy ligeramente dormido y mi cuerpo físico crea sus propios sueños. El sistema de rociadores del jardín se abre y el repentino impacto de agua fría en mis pies me hace ver que me estoy hundiendo en un pozo de agua helada; instintivamente me agarro del filo del pozo y con gran esfuerzo salgo y me tiendo en el pavimento. Bajo el ardiente sol de la mañana, la brisa cálida que baña mi cuerpo se convierte en rugiente ola de calor que me atropella, me eleva en el aire y mi cuerpo físico se desvanece.
Ahora surjo en mi cuerpo etéreo y sigo volando en el espacio bajo mi voluntad sobre diferentes campos, montañas y ciudades. Voy admirando el panorama y de pronto decido salir de la atmósfera terrestre para ir hacia el planeta Venus. La superficie del planeta está vacía, pero hay una luz titilando a pocos pasos de mí. Cuando me acerco a la luz se abre una puerta en el suelo y veo una escalera alumbrada por la que desciendo al interior. Me encuentro en una ciudad subterránea clara y abrigada. Veo gente que viste túnicas blancas caminando por pasadizos plateados. Camino aprisa para juntarme a ellas pero me estrello contra una pared invisible y la luz desaparece.
Gradualmente salgo de la oscuridad y floto en el espacio abierto como una vejiga de goma transparente. Estoy en mi cuerpo astral. De pronto me encuentro en Francia y me veo llegando a la corte de Napoleón Bonaparte como diplomático árabe y hablando perfectamente arábigo y francés en una de mis vidas pasadas.
Bruscamente el entorno cambia y veo que estoy en una ciudad ultramoderna con rascacielos y avenidas enormes. Al observar este lugar me doy cuenta que mi cuerpo es como una burbuja de agua que flota impulsada por las vibraciones de mi mente. Desde este cuerpo mental me veo en un terminal aéreo llevando un maletín de viaje y leyendo un periódico del día con fecha 18 de septiembre del año 2093. Estoy en una vida futura. Me embarco en el avión y desde mi asiento junto a la ventana veo como las siluetas de la tierra se achican y luego desaparecen bajo una nube blanca. Me desabrocho el cinturón de seguridad, cierro los ojos, estiro las piernas y siento que el rugir y las vibraciones del avión lentamente se disuelven.
Como si abriera los ojos para ver donde estoy mi conciencia me dice que solo soy espíritu. Estoy en el centro de un espacio infinito, luminoso y vibrante. La vibración surge de mí y se extiende interminablemente en hondas circulares que luego retornan a su centro. Este proceso se repite indefinidamente. Parece que es mi conciencia la que se extiende y abarca el universo entero para luego volver a su microscópico punto de origen. Así veo que mi espíritu es simultáneamente la total energía universal y un simple electrón de la misma.
Una sonora explosión de luz transforma el espectáculo en una vista panorámica donde gradualmente se manifiestan estrellas, planetas y galaxias que forman el universo físico. La energía de esta nueva dimensión funde mi conciencia individual con la conciencia cósmica y como tal, percibo el universo como unidad positiva, armónica e infinita.
Mi conciencia cósmica trasciende el universo positivo y entra en el plano nirvánico. Aquí no hay símbolos ni imágenes, no hay percepción de espacio o tiempo, de oscuridad o luz, de estabilidad o movimiento, de sonido o silencio, todo es vacío. Es la nada absoluta. Pero es un vacío preñado de energía. Aunque nada concreto es perceptible en este estado, todo lo que constituye la existencia universal parece estar contenido allí en forma potencial. Mi conciencia me dice que de este plano nirvánico surgieron la luz, las estrellas, las galaxias y todo lo que da vida al universo físico. Y ya que este plano es el origen de la existencia entera, diría que su energía es divina o simplemente Dios.
Una ráfaga de aire cálido quiebra el encanto y me trae de vuelta a mi conciencia física. Entonces siento como si estuviera volviendo de un largo y fantástico viaje que me llevó hasta la fugaz experiencia de la nada absoluta y de la eternidad. Abro los ojos y veo flotando frente a mí las preguntas, ¿Qué es la imaginación? ¿Qué es un viaje del alma? Y a las preguntas les reemplaza las respuestas.
La imaginación es un don divino que me permite formar imágenes mentales a voluntad. Es una facultad que la puedo usar positiva o negativamente en las relaciones y transacciones reales de la vida diaria y recibir las consecuencias correspondientes. Imaginar es soñar despierto, es volar a los países del más allá donde se cumplen mis fantasías y deseos, es la herramienta fundamental de la creatividad material, intelectual y espiritual. La imaginación también es una técnica de contemplación para trascender el estado mental y lograr un viaje del alma.
Un viaje del alma es irse al centro más profundo del ser gracias al poder de la energía espiritual y desde allí incursionar los universos de Dios. Es una experiencia religiosa que nos da la clara conciencia de nuestra propia divinidad.
Un relámpago cruza el cielo y la explosión del trueno me trae de vuelta a mi mente y mis sentidos físicos. Estoy de vuelta en mi cuerpo material, tendido en la cama de mi dormitorio. Miro el reloj y son las 5:30 de la mañana.
Revivo la experiencia que acabo de tener, reflexiono sobre ella y compruebo que tuve un viaje del alma. Fue algo en realidad fantástico. Durante esta experiencia estaba ejecutando las labores parciales que había solicitado en mi ejercicio de contemplación: trabajo en el monasterio, jardinería y procesamiento de imágenes divinas en mi computadora interna.
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