Las horas transcurrían con una letanía increíble, había pasado por aquella calle miles de veces tenía grabada en mi memoria cada centímetro de pavimento cada centímetro de cada casa, de cada reja, de cada árbol, cada acontecimiento que ahí hubiese ocurrido en el transcurso de ese último año, en fin, todo lo que rodeaba lo único que verdaderamente me importaba que estuviera grabado en mi memoria lo único por lo que insistía una y otra vez en volver a esa calle en pasar aquellas horas muertas y que transcurrían con exasperante lentitud, sentado, caminando, acostado, por ahí, esperando, con la vista a veces perdidas a veces clavada en ese punto sublime, el que precisaba con urgencia.
Era reconocido por la gente del barrio, como aquel loquito tranquilo al cual te acostumbras a ver, mientras menos pienses en él menos existe, mientras no nos hable o robe, mientras no pida más de lo que merece.
Esa tarde era igual a casi todas las anteriores, el sol golpeaba mi rostro con inclemencia me dejaba un poco ciego, el viento agitaba mis cabellos, estaba sentando frente a su casa en la vereda del otro lado de la calle pero podía sentir el aroma de lo que se cocinaba para el almuerzo, miré el reloj que se aferraba a mi muñeca, las tres de la tarde, seguí caminando disfrutando del aroma lejano sintiendo bajo mis pies el mismo suelo que en algún momento estuvo bajo sus pies, me sentí dichoso de poder oler lo mismo que ella y escuchar su música, le veía hablando con sus hijos, le veía abrazada a su marido mientras las horas esperadas me habían casi matado pero necesitaba que no acábese nunca de cocinar que nunca se apagara la radio y que su marido y sus niños nunca le dejasen de abrazar ni de hablar, varias horas después el sol comenzó a esconderse y el viento se hizo más helado, se habían cerrado las ventanas, encendí el último cigarro, bebí un poco de cerveza y volví a sentarme frente a su casa, comencé a esperar nuevamente, a matar el tiempo con más cerveza aunque no era suficiente aunque nada apagaba mi cabeza mis pensamientos quizás tendría la suerte de que saliera otra vez, no le hablaría para no molestarla, pero ella sabría que estoy mirando y no me regalaría ni una mirada, como ante ayer, ayer, hoy día y pasado mañana.
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