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Desde que yo era pequeño mi padre quiso instruirme en el arte del capitalismo. Por esa época solía yo escuchar más a mis amigos que a mi padre, lo cual lo apuraba a sacarme del estado de sujeto bajo malas influencias.

- ¿Qué se necesita para ser un buen capitalista? - me preguntó mi padre a manera de prueba

- No tener escrúpulos - contesté

- ¡Incorrecto! - recpondió - Tener inteligencia.

El capitalismo se basa en la inteligencia, en la observación, en el análisis concienzudo y más que todo en la visión global de los movimientos del mercado y en la buena corazonada en cuanto a futuros resultados. Poseer todas esas cualidades es halagador.

Si uno considera que el dinero es poder, toda esa porquería ecologista no constituye más que una pequeña molestia. Por otro lado, hay que ser cabal para acceder a codearse con individuos con influencia que nos favorezcan.

- Es como en la mafia - dije una vez

- No, es como en la Iglesia - contestó mi padre, fue allí cuando por primera vez me di cuenta de que su truco para convencerme consistía en sinonimizar mis palabras.

El mercado mundial posee reglas de oro, el truco consiste desde siempre en abaratar los costos lo máximo posible para competir con ganancias en el mercado. Si somos capaces de abaratar los costos hasta un punto en el que la competencia no pueda abaratarlos, ampliamos nuestro mercado debido a lo atractivo de nuestros precios, hacemos de esta manera quebrar a la competencia, y así, mediante leyes justas que amparan todos nuestros movimientos y acciones, obtenemos el monopolio. Como el monopolio no está permitido dividimos nuestra empresa en distintos nombres permaneciendo como dueños de la empresa dividida: de las "distintas empresas".

Eso es tener inteligencia.

África y Suramérica son paraisos fiscales: Verán: ahora nos están llegando con toda la porquería ecologista y sus consecuentes regulaciones. Verán, es así de simple: El cumplimiento de regulaciones en pro del medio ambiente, no contaminar, reducir el porcentaje de emanaciones de dióxido, etc, nos sale caro. Si las cumplimos, además de no tener ganancias suficientes para nuestros objetivos, perdemos puntos en la eterna lucha en contra de la competencia, nos vemos incapaces de abaratar los costos, y nos vemos incapaces de competir justamente: según nuestras propias reglas. Por lo tanto, no tenemos más remedio que mudarnos allá en donde la gente se está muriendo de hambre y constituyen, por lo tanto, la más barata mano de obra y en donde mediante un pauperrimo soborno es súmamente fácil no tener que obedecer ninguna regla. Es lo justo del negocio (amén de que es la realidad): obedecemos nuestras propias reglas y hacemos que todos las obedezcan.

Si esto a ustedes les molesta permítanme aclararles algunas cosas: Es cierto que dejamos aguas, valles y praderas contaminadas porque utilizamos químicos poderosos para la extracción de materia prima y para la fabricación de nuestro productos. Es cierto que las zonas en las cuales trabajamos quedan estériles e inutilizables debido a nuestros contaminantes. Es cierto que las poblaciones cercanas comienzan a morir irregularmente de cáncer. Es cierto que tras nosotros todo queda devastado. Pero piensa bien en una cosa: Son tantas las facilidades que ustedes nos otorgan, señores del tercer mundo, y cónchale, gracias: ¡Tanto es el dinero que hacemos!! que fácilmente nos compramos una isla deshabitada en el Caribe o en la Polinesia, una campiña en Suiza o en Suecia, una mansión en los suburbios de Londres, Nueva York o París, un rascacielo en Tokio, un burdel en las Filipinas o un canal de televisión en Venezuela, que hay que reconocer que eso es tener inteligencia y también hay que tener los suficientes escrúpulos como para darle a ustedes las gracias por todo lo que ustedes están dispuestos a sacrificarse por gente como mi padre y como yo.

A cambio de vuestros favores les pagaremos con hermosas frutas y vegetales transgénicos gigantescos y full de color con carencia de nutrientes y sin ningún sabor pero definitivamente bonitos.

¡Que viva el ALCA!!

Y como buen amigo vuestro, señores del tercer mundo, que soy, os enseñaré que en este mundo lo único que cuenta es la apariencia. Y que si las cosas en la realidad están mal, esos defectos pueden fácilmente ser corregidos mediante la propaganda, y si están bien, esos defectos pueden fácilmente ser corregidos mediante la propaganda, también.

Un Saludo afectuoso

Mi Padre y yo.

Texto agregado el 02-11-2005, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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