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Había una vez un amor que estaba muy cómodo. Abrigado, chiquitito, se sentía protegido dentro de ese cuerpo que le había tocado en suerte. No tenía que hacer grandes esfuerzos, no era que estuviese por obligación, no, pero sentía como si su tarea estuviese cumplida, con solo estar ahí, llenando un espacio.

Pero este amor sufría de una enfermedad: la aparición de destellos de algo indefinido, que no llegaba a distinguir muy bien. Estos destellos lo dejaban un poco aturdido. En esos momentos hasta llegaba a creer que no estaba en ese lugar cálido y confortable, sino que estaba en otro cuerpo, mirando asombrado el interior de otra especie de espectáculo humano.
Esta enfermedad también le traía como consecuencia sufrir de amargura. Mucho no sabía de sabores, pero podía distinguir perfectamente entre lo dulce y lo amargo. Y esa amargura, a la vez, lo estaba volviendo muy irritable.
Lo que antes parecía tan cómodo ahora no lo era tanto, más bien todo lo contrario.
El amor no sabía si amar u odiar esos destellos. Una parte de él, la que era más sólida y dura, se empecinaba en no querer reconocerlos, pero otra parte, la que era semejante a un gel fluorescente de color verde oscuro, estaba sufriendo un proceso químico muy especial, llamado ebullición. Se le hacían unos globitos en la superficie que reflejaban escenas de los destellos, como si fuese una película de algo que no debía olvidar.
El efecto de la ebullición cada vez enfermaba más y más al amor. Se ahogaba, no quería despertarse donde se despertaba, no quería quedarse donde estaba, pero no sabía por dónde brotar.
La sola idea de salir le causaba un miedo paralizante, pero las burbujitas no lo dejaban tranquilo. Finalmente, decidió que debía hacer algo para modificar lo que estaba sucediéndole.
Se detuvo a observar mejor, con más detenimiento, el espacio en el que se encontraba. Después de pensarlo mucho, decidió que el mejor puente que podía construir era a través de los ojos. Muy entusiasmado por su decisión, tomó valor y saltó… Una parte de él saltó, mejor dicho. No todo. Solo algo del gel con muchas burbujas, el resto quedó intacto, esperando.
A pesar de ser solo un poco de amor, inmediatamente, empezó a buscarse en otros ojos, pero no se encontró. Marrones, azules, verdes, grises, no estaba muy seguro del color que debía elegir; por las dudas, giraba un rato para ver si podía reconocer algún destello, pero no…
A medida que buscaba y daba vueltas, iba dejando jirones de su presencia en esos ojos, y aunque no lo sabía, los iluminaba un poco.
Y así, ese retazo de amor se perdió en los demás.
El resto de lo que había quedado en el cuerpo volvió a organizarse. Debía encontrar un nuevo puente. “Esta vez no voy a equivocarme”, se dijo y eligió el sexo. Pero otra vez solo una parte salió, más abundante, sí, con una sensación de placer muy grande en esa oportunidad, sí, pero incompleta.
Volvió a perderse en otros sexos, desintegrándose y entregándose, con la curiosidad desparramada, pero no, tampoco era por ahí.
Mientras tanto, las burbujas, cada vez más osadas, se habían desplegado en todo el gel, que, envalentonado, invadió la parte dura del amor transformándola también en gel, incluso, cambiándole el color. “Ahora sí, tiene que ser por acá” y salió por las columnas de las piernas y se expandió por los pies y se convirtió en baile, en ritmo, en pulso, en raíz, en huella y encontró otras piernas y otros pies y nuevamente, se perdió en ellos.
El amor interno, ya casi enteramente convertido en gel en ese proceso de espera y búsqueda, se dijo, “Bueno, vamos a hacer otro intento, probemos con las manos y los dedos”.
Esta vez la cantidad de amor que salió fue enorme, como si un volcán hubiera derramado su lava creadora de nuevas formas. Y el amor se transformó en escritura cuando esos dedos invadidos se encontraron con otros dedos que también escribían. Y los veinte dedos hicieron estallar las palabras, los significados, el tiempo y las galaxias.

Y el amor, ya todo fluido, no solo verde, sino multicolor, se dio cuenta de un secreto: la clave estaba en entrar y salir, en brindarse y recibir, en no quedarse nunca más quieto, en perderse en los demás y volverse a reencontrar en sí mismo.
Supo que todo el cuerpo que lo albergaba era un puente.
Y disfrutó de la ebullición, de las burbujas, de la fluidez. Y descubrió que la incomodidad era generadora de desafíos, pequeños y enormes.
Ahora era todo destello, no había más amargura, no había más enfermedad. Ahora estaba vivo.

Texto agregado el 02-11-2005, y leído por 557 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-11-2005 tierno y revelador, escritos como éste quizas no se lleven el Nobel de Lit...pero se llevan estrellas de emocion..mas piquitos gaviotapatagonica
02-11-2005 Esto lo descubristes bailando ¿no? ¡Que maravilla descubrir que el amor esta en nosotros y que cada uno debe descubrir la manera de sacarlo y transmitirlo para que viva y trascienda, para que las burbujas lleguen a todos. Sin duda lo descubristes y sin duda lo trasmites***** Goyo
02-11-2005 Muy bien expresado... Saludos... luto13_
 
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